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Película no apta para madres con hijas en Berlín

 

N

egra la pantalla. Se escucha Burn With Me de DJ Koze. Encantador de serpientes. Descubrimos a Victoria entre destellos. Baila sola. Está sola. Sale de la pista. Pide un chupito que traga en cuatro segundos, cuatro euros, lo que gana trabajando a la hora en una cafetería del gélido Berlín. Busca feedback en el camarero. Él no está por la labor. Victoria decide irse a descansar. Sale del bar, coge su bicicleta… Aquí podría haber terminado el plano secuencia, pero se alarga hasta los 140 minutos –hasta nuevo aviso el más largo jamás rodado-, porque Victoria no va a descansar, Victoria va a vivir la experiencia más surrealista e intensa de su vida.

A partir de aquí cualquier individuo medianamente racional se apiada de ella, reza, sea ateo o no, por su integridad… teme lo peor. Intenta levantarse de la butaca para gritar: “¡chiquilla vete a casa ya!”. La chiquilla no se va a casa porque ha hecho ‘amigos’ después de tres meses de sequía social en un país ajeno y hostil –es una joven española que como tantas y tantos se ha ido a Alemania a buscarse la vida-. No sólo eso… la chiquilla ha sentido un flechazo y no se le puede pedir que renuncie al amor, acabe su historia o no como la de Bonnie and Clyde. Visto así, lo aceptamos sí, permitimos que se vaya con unos completos desconocidos un tanto violentos, pero no dejamos de sentir impotencia y preocupación. El mal de la buena madre.

Así es como juega Sebastian Schipper con el espectador, primero sembrando desconfianza, la nuestra que no la de Victoria, pues ella no duda de la bondad de los hombres, el principio anárquico que rige la película encuentra su máxima representación en esta joven, la cosa más dulce. Recogiendo después culpa, la que sentimos por haber desconfiado influidos por  los consejos de Hobbes. Imponiendo por último incredulidad, invitándonos a olvidar las chorradas que hemos aprendido sobre la naturaleza humana… esto ocurre cuando la cinta coge ritmo, cuando el argumento llega al punto del que parte la idea original de la película, cuando ya no vemos ni lobos, ni corderos, ni cordura, ni locura, sino todo a la vez -en este punto puede que a más de uno se le estalle una venilla del hemisferio izquierdo del cerebro-.

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La idea de Sebastian Schipper es una de las más manidas de la historia del cine: un atraco a un banco. Él quería rodar eso. Nada original a priori, pero bien sabrán mis lectores –después de que se lo hayan repetido hasta la saciedad- que no es el qué sino el cómo lo que convierte una obra en interesante –aunque a otros les hayan convencido de justo lo contrario-. En este caso el ‘cómo’ se grabó en tres tomas, la buena comenzó a las cuatro y media de la mañana y terminó pasadas las seis y media, al amanecer… Antes de eso, varios meses de ensayos, de construcción de personajes, de situaciones. Schipper creó su película con la ayuda de sus actores -algo que se antoja natural como buen actor que también es él-, trabajó con ellos como se estila en teatro, proponiendo escucha y escuchando propuestas. Cuando llegó el momento de sacar la claqueta y gritar acción los personajes estaban tan interiorizados que la idea de rodar en plano secuencia dejó de parecer descabellada.

El ‘cómo’ es también directamente responsable de transmitir las sensaciones a las que me refiero: cámara al hombro para crear tensión, acciones que quedan fuera de cuadro para generar expectación… el hecho de no poder ‘escribir’ con el montaje -de no poder mostrar lo que no ven los ojos de Victoria- acentúa el ingenio a la hora de colocar el objetivo, la coreografía debe ser perfecta, la concentración del equipo máxima –y más teniendo en cuenta que Schipper mueve a sus personajes por varias localizaciones, lo que supone un plus de dificultad e incluso ‘peligrosidad’-, pero el efecto es maravilloso, pues dispara la imaginación del espectador. Y el ‘cómo’… cómo interpreta Laia Costa el papel de Victoria es lo que permite al que observa involucrarse en el atraco. Un acto temerario que obliga a mantener la mente activa y plantear las más extrañas disyuntivas.

Que Victoria no vive como se merece es algo que intuimos desde que la descubrimos bailando sola en el bar, lo corroboramos al escucharla tocar un fragmento de Mephisto Waltz de Franz Liszt –melodía muy a tono con la esencia de este argumento-… Por eso se deja llevar, y nosotros con ella, porque no tiene nada que perder. Victoria no está desesperada, tan solo resignada, frustrada, como el 99% de los jóvenes de este país, pero quizá sea la única oportunidad que tenga de equilibrar esfuerzo y resultados. Y quizá el espectador no lo vea así, por eso la juzga, la toma por incrédula e inocente, por inmadura… pero son esas formas, sumadas a su impulsividad, las que llevan a Victoria a hacer honor a su nombre.

Victoria cartel

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· Año: 2015
· Duración: 140 min.
· País: Alemania
· Director: Sebastian Schipper
· Guión: Olivia Neergaard-Holm, Sebastian Schipper
· Fotografía: Sturla Brandth Grøvlen
· Reparto: Laia Costa, Frederick Lau, Franz Rogowski, Max Mauff, Burak Yigit, Nadja Laura Mijthab

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