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Entrevista a Asier Altuna, director de ‘Amama’

“La amama es misteriosa, nadie sabe nunca qué piensa o qué no piensa, cada uno que arme su propia interpretación”

 

 

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ace ochenta amamas Euskal Herria era un matriarcado, o eso me gusta pensar –aunque para muchos sea un mito, hay varias hipótesis al respecto-. Eso explicaría ciertas cosas… ciertas cosas relacionadas también con el cine vasco. El cine vasco es reflejo de una cultura, que nada tiene que ver, por suerte para el conjunto –por el equilibrio y enriquecimiento que supone-, con la del sur de España. Loreak y la que nos toca analizar hoy junto a su director Asier Altuna son dos dignos ejemplos. Sus directores son hombres, pero ponen el foco en la mujer. “Las mujeres son la base de todo esto”, le dice Asier a mi compañera de Cinema Ad Hoc al final de la charla que mantenemos con él. “Es que igual los vascos no somos tan rudos, ¿eh?”, se defiende cuando yo apelo a la sensibilidad de su película.

Me gusta pensar que Euskal Herria era un matriarcado y que al menos Amalur, madre tierra, sigue siendo la divinidad principal. La naturaleza, madre de todas las madres, tiene un papel tan importante en Amama, como la amama misma. De esta apuesta tan fiel a los ancestros como a los presentes sale una pieza delicada, muy reflexionada, ordenada meticulosamente, contradictoria pero llena de armonía. Altuna combina arte y tierra para dar forma a este relato cargado de simbolismo -árboles que echan raíces, árboles que se caen-, y de oxígeno.

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¿Cuál es el origen de esta historia?

Asier Altuna: Esta historia me la dio Kirmen Uribe, un escritor y poeta vasco, que escribió en su día un poema que hablaba de cómo una hija y un padre no se entendían, tenían muchos problemas de comunicación, ambos eran cabezones. El poema se titula Te quiero, no, sobre un hombre que nunca había dicho te quiero a su hija, entonces un día construye ‘algo’ artesanalmente, una cama, y se lo regala y se solucionan así todos esos problemas de comunicación. Ese poema me dejó como… ¡buf!… me pareció muy cercano porque yo he nacido y he vivido hasta los veinte más o menos en un caserío, entonces conozco ese mundo de cerca y soy parte de esa cultura también. Cuando leí aquel poema pensé, “¡hostia, aquí qué historia más potente hay!”. Era muy visual… así que hice mía esa historia. El que los personajes protagonistas sean una mujer joven y su padre, Amaia y Tomás, viene de ahí.

¿Qué lecturas se pueden hacer de Amama?

“Ya no podemos entender que un padre decida por sus hijos, pero es una cosa que aún sucede en algunas culturas… todavía quedan hombres así»

A.A: Hay un homenaje a algo que se acaba. A mí siempre me han atraído todos esos documentales que reflejan mundos que se acaban. El mundo rural tal y como se ha conocido durante muchos siglos ha cambiado totalmente, esa forma de funcionar en familia, que el caserío sea el centro del mundo, como lo es para el personaje de Tomás… Para él en el caserío está todo: la economía, la comida, la espiritualidad, la protección -tanto es así que hay caseríos que tienen el nombre de su dueño-. Claro, todo eso empieza ya en crisis. Todo su mundo se está desmoronando, su forma de ser… también de alguna manera está fallando a sus anteriores porque no ha sabido transmitir sus valores. Ese era el punto de partida. Aunque no esté reflejado en la película, para mí queda claro que los tiempos ya han cambiado tanto que no tiene ningún sentido seguir así, porque ya no podemos entender que un padre decida por sus hijos, que diga: tú te quedas aquí y tienes que seguir con este negocio. Es una cosa que aún sucede en algunas culturas en el mundo… y todavía quedan hombres así. Aunque en el fondo Tomás a mí me parece un personaje entrañable porque es un tío que tiene su sentido, de alguna manera yo entiendo a ese señor, le entiendo porque yo conozco a gente así, él tiene así organizada su mente, él se agarra a eso, sigue ahí anacrónico, en lo suyo. Hasta que llega su hija, que es como él, una cabezona, que es mujer además, entonces rompe sus esquemas. ¿Qué es lo que me gusta de ese padre también? Pues que cuando da el paso, un señor que parecía que no tenía sentimientos, rudo, como un ogro, pues de repente adquiere humanidad.

Creo que se puede hacer una segunda lectura que tiene que ver con ‘la herencia recibida’. Los individuos como Tomás suelen culpabilizar a las nuevas generaciones de lo malo que nos afecta en el presente, me ha parecido entender que Tomás, su generación, asume su culpa por no haber sido capaz de dejarnos algo mejor… Por ejemplo, veo simbólico el momento en el que el padre mata al perro y deja solo al cachorro, es como si se matase a sí mismo para que permaneciese solo lo nuevo…

A.A: Bueno, eso se hace muy a menudo… (risas). Pero por eso es un personaje que me gusta tanto… es un personaje que está muerto. Está en crisis, es como estos leones que dan el último zarpazo antes de morir. El perro, el árbol… Es una cosa de estas de decir: joé, cómo te has pasado…

Es autodestructivo pero además mete el dedo en la yaga…

A.A: Entiendo eso porque de alguna manera vive en una isla, pero eso no he tenido ni que contarlo, la película está contada desde el punto de vista de la ciudad, del de ella, Amaia, sobre todo en la primera parte, hay música, movimientos, artificios, hay color… pero no he tenido que ir a la ciudad para hacerlo, porque ya sabemos lo que hay allí. Tomas vive en su isla, entonces todo lo que pasa ahí, lo de matar al perro y tal, yo lo he planteado de una manera natural, también para meter ‘carnaza’, que gusta en cine (risas); pero, ¿lo hace queriendo o lo hace para dar una lección para que su hija sepa quién es la autoridad? Lo he dejado abierto… de alguna manera me gusta también ese juego. Y es autodestructivo porque lo que está viviendo es algo muy duro, yo creo que ese personaje está en crisis total porque todo lo que tiene sentido para él está desapareciendo, él es anacrónico, está fuera de sitio totalmente, pero es un personaje que a mí me parece muy real.

Una de las cosas que precisamente dejas en el aire es a la amama, que es la figura que da nombre a la película, que parece mover los hijos, pero no habla. En el cartel sin ir más lejos, parece que le está contando algo a Amaia, en las piezas de videoarte que hace también se la ve hablando, pero nunca se la oye.

“La imagen de la amama susurrando a la nieta refleja la transmisión de sabiduría”

A.A: También todas estas imágenes están hablando de un mundo que pasó. Ahora no hay dada de eso. Lo que sí veo es que al final esta imagen refleja la ‘transmisión de sabiduría’. Porque yo rompo con el caserío, con esa forma de vida, porque es mucho más cómodo vivir de la manera que vivo o porque tengo simplemente otras inquietudes y dejo eso de lado, pero, ¿voy a perder esa sabiduría que viene de hace ochenta años? Es una duda que he tenido yo siempre, creo que la imagen refleja algo esperanzador, de futuro.

¿Entonces qué opina la amama de todo esto?

A.A: Bueno ella es un proyecto de personaje misterioso desde el principio hasta el final. He jugado a que estuviera ahí presente pero que nadie supiera nunca qué piensa, qué no piensa… De alguna manera tiene un par de interacciones con su hijo, de quitar la mirada o mirar fijamente, y bueno, el momento en el que se va también me gusta dejarlo abierto… ¿se va queriendo? ¿por qué? Hay un montón de cosas ahí con las que me encanta que el espectador se arme su propia interpretación. Seguro que es mejor que la mía (risas).

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