Álex de la Iglesia siempre ha sido un director prolífico que ha estado a la vanguardia de las modas y de las nuevas tecnologías en España. Su carrera comenzó con Acción mutante y vivió su momento de máximo esplendor tras el estreno de El día de la bestia, pero desde entonces ha sufrido altibajos. Fue a partir del 2000, año en el que filmó La comunidad, probablemente su mejor película, cuando su capacidad para innovar empezó a ponerse en duda. Títulos tan sorprendentemente absurdos como Los crímenes de Oxford, Balada triste de trompeta o gran parte del metraje de Las brujas de Zugarramurdi, aunque taquillazos reconocidos en diversos festivales y de gran proyección internacional, carecían de la fuerza narrativa y la fiereza renovadora de sus primeros trabajos.
En el caso de Mi gran noche el espectador se encuentra ante una película ambigua: narrativamente es como un chute de adrenalina pero su trasfondo está tan vacío y es tan tonto como el de las brujas navarras o el de los payasos asesinos. Cuenta con un elenco de estrellas de cine español del calibre de Mario Casas, Pepón Nieto, Santiago Segura, Hugo Silva o Blanca Suárez (aunque la lista es interminable) y con la colaboración especial de Raphael. Pero un reparto con tantas caras conocidas no puede traer nada bueno, y menos teniendo en cuenta la línea que han seguido los últimos trabajos del director. Mi gran noche termina siendo otro producto prefabricado donde lo que venden son las estrellas y no el contenido. Es el resultado de una industria cinematográfica de grandes producciones que sigue sustentándose en el viejo modelo del star system, con la ligera variación de que aquel entregaba productos de gran calidad y los de ahora están desvirtuados por la ñoñería, la risa fácil o las explosiones espectaculares. O todo junto.
Hace tan solo unos días escribía en otra publicación sobre un fenómeno cada vez más común en el mundo del cine: directores que empezaron sus carreras con un impulso sorprendente pero cuya chispa se ha ido apagando progresivamente. Mencionaba a Ridley Scott, Coppola y Scorsese, pero Álex de la Iglesia podría ser el cuarto ejemplo que conforme y confirme este “cuartero del desastre”. Mi gran noche está bien dirigida y guarda un ritmo narrativo vertiginoso. Entretiene y además retrata muy bien cómo es rodar una película en este país: un auténtico caos. Hasta se encuentra alguna que otra interpretación medianamente destacable. Pero su historia es estúpida. Sus personajes lo son más. Y las situaciones que desencadenan unos y otros llegan al extremo del ridículo. Tiene algún que otro punto gracioso, especialmente cuando aparece Mario Casas haciendo del estereotipo de Mario Casas o Raphael convertido en el malo por excelencia de la película. E incluso un Jaime Ordoñez que exprime toda su excentricidad para acaparar toda la atención en las secuencias en las que aparece. Pero Mi gran noche no es lo que promete: una película extremadamente divertida. Ni siquiera es una comedia negra, pues bebe de los clichés del género y no es capaz de innovar. Hasta sus títulos de inicio intentan emular falsamente las fiestas de Sorrentino en La Gran Belleza. Todo ello la convierte en una película acartonada y previsible, marcada por la falta de inspiración. Es entretenida, sin más.
Mi gran noche
· Año: 2015
· Duración: 100 min.
· País: España
· Director: Álex de la Iglesia
· Guión: Álex de la Iglesia, Jorge Guerricaechevarría
· Fotografía: Joan Valent
· Reparto: Raphael, Mario Casas, Blanca Suárez, Pepón Nieto, Jaime Ordoñez, Terele Pávez, Carlos Areces, Luis Callejo, Carmen Machi, Santiago Segura, Carolina Bang, Hugo Silva, Ana Polvorosa.