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Crítica de ‘Ático sin ascensor’, de Richard Loncraine

 

Á

tico sin ascensor tiene los rasgos formales de una TV movie: su dirección es poco atrevida, el guión contiene lagunas (aunque por supuesto no tan extensas como las de aquellas famosas películas de por la tarde en Antena 3) y sus personajes, a pesar de ser encarnados por dos grandes actores – en este caso Morgan Freeman y Diane Keaton – son bastante sencillos y, por ende, previsibles. A pesar de ello el filme de Richard Loncraine contiene algunas pinceladas de lo que podría considerarse una cinta de circuito independiente: recursos escasos, buenas interpretaciones y moraleja. La historia es sencilla: dos ancianos quieren vender el piso en el que han vivido durante más de cuarenta años (aunque nunca queda demasiado claro si es por ser un ático sin ascensor – en referencia al título – o si hay otras razones ocultas). Sin embargo, no están seguros de querer abandonar su hogar: todos los recuerdos de su vida se acumulan entre esos cuatro muros y es difícil dejarlos atrás.

Loncraine plantea un dilema moral a dos bandas: por un lado se exponen las virtudes de la cotidianidad, de la rutina sana, y la importancia de mantenerlos intactos, y por otro se crea un vasto retrato de la hipocresía y de los prejuicios de la gente que nos rodea. En el primer caso los personajes son dos ancianos que llevan viviendo la misma vida durante décadas. Son cíclicos, rutinarios, y aunque no temen a la adversidad sí que desconfían de los cambios radicales (en especial el pintor al que interpreta Freeman). A pesar de su buena actitud y de la aceptación de todo lo que le viene encima por el hecho de que su mujer quiera vender el piso, un cambio podría ser una tragedia para él, y aunque se lo toma con humor, se hace evidente que una novedad tan brusca podría acabar con la energía que le caracteriza. En segundo lugar, el filme hace una crítica brutal (no por buena, sino por poco sutil) de la sociedad moderna: periodistas sensacionalistas, jóvenes que desprecian a los viejos, seres despersonalizados que tan solo buscan el beneficio propio, etc. A pesar de que sea un reflejo más o menos fiel de la absurda época en la que vivimos, su falta de sutileza la convierte en una crítica demasiado explícita. Y en cine lo explícito acaba siendo mediocre.

Ático sin ascensor_2

Al final la película acaba convirtiéndose en un panfleto bienintencionado que dice: “oye, la sociedad en la que vivimos es una basura, estamos rodeados de gente egoísta y manipuladora que solo piensa en sí misma… ¡Pero los que somos buenos somos felices!”. Ático sin ascensor plantea todas estas cuestiones y las canaliza de tal manera que dejan un buen sabor de boca; en su hora y media de duración no hay ni una pizca de amargura. En sus últimos minutos todo vuelve a como estaba al principio: los ancianos no venden la casa y siguen con su vida. Vuelve la rutina y la película también se convierte en cíclica. En ese pequeño universo situado en Brooklyn todo parece solucionarse y acabar bien. Y aunque el espectador sale contento de la sala, satisfecho por ver a un par de actorazos interpretando a dos personajes humildes y bonachones (y que ya muchos querrían ser como ellos), le lastra ese sentimiento de querer agradar a todo el mundo. Otro error es hacer uso de los clichés del género, que acaban evidenciándose en las historias secundarias (el personaje de Cynthia Nixon, la odisea del perro enfermo o el uso amarillista que hace la prensa del presunto terrorista musulmán que preocupa a todo Brooklyn y que luego resulta ser un buen tipo). Son, una vez más, burdas representaciones de la obsesión por hacer una crítica social facilona.

No paro de recordar ahora un texto que leí en la maravillosa Historia del cine escrita por Román Gubern y que hablaba sobre estos típicos happy endings: “El final feliz, válvula de escape de la insatisfacción, la mediocridad y las angustias cotidianas de quienes acuden con devoción a las salas oscuras para borrar sus problemas con el lavado cerebral de las imágenes animadas. Además de falso velo mixtificador que oculta la realidad, el «final feliz» ha sido acusado reiteradamente de inmoral. Aristóteles ya señaló el valor catártico de la tragedia; Leopardi criticó la inoperancia afectiva del «final feliz». Podría añadirse además que este es una adormidera que tranquiliza al espectador, convenciéndole de que todo en el mundo marcha a las mil maravillas”. Y qué gran verdad.

Entonces… ¿Es Ático sin ascensor una película recomendable? Lo es para un domingo por la tarde, para acabar bien el día, para una mañana donde no echan nada mejor en la tele. Si tuviese que compararla con algo, sería como la versión amateur para todos los públicos de Un Dios salvaje, solo que sin nada de salvaje, con exceso de sensiblería y sin el talento de Polanski. Su hora y media de metraje se pasa rápido y no llega a aburrir en ningún momento (es imposible teniendo a Freeman), pero al acabar la sensación es la de haber visto una película olvidable. Le falta mucho atrevimiento y le sobra lo que a todas las películas mediocres: lo rutinario, lo típico, lo previsible, lo ya visto.

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Ático sin ascensorF_Punt_3

· Año: 2014
· Duración: 92 min
· País: Estados Unidos
· Director: Richard Loncraine
· Guión: Charlie Peters
· Fotografía: Jonathan Freeman
· Reparto: Morgan Freeman, Diane Keaton, Cynthia Nixon, Claire van der Boom, Korey Jackson, Carrie Preston, Sterling Jerins, Josh Pais, Miriam Shor

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