Ha sido habitual quitar el mérito de la dirección a Sir Carol Reed (1906- 1076) de El tercer hombre. Orson Welles (1915-1985) con su magnetismo y su áurea de artista integral hacía surgir dudas sobre quién era el autor de esos planos aberrantes, impresionistas y simbólicos. De lo que no cabe duda es que su presencia colaboró a una simbiosis con Reed para hacer de esta película la aportación más relevante al mundo del cine de la industria británica. La maravillosa fotografía de Robert Krasker, que le valió para hacerse con el Óscar en 1950, es el toque decisivo para apreciar el expresivo juego de luces y sombras que dotan al film de una atmósfera propia que recuerda al expresionismo alemán de unas décadas anteriores.
El tercer hombre es una obra maestra del cine, y lo es por una serie de coincidencias que han dejado varias páginas de análisis en cualquier libro sobre la historia del cine. En primer lugar, su guión, de Graham Greene (1904-1991). El tercer hombre no es ninguna adaptación de una novela. En esta ocasión fue al revés, el escritor británico, a petición del productor Alexander Korda, elaboró esta historia ambientada en la Viena de la posguerra. Una ciudad dividida y controlada por cada una de las potencias triunfadoras de la segunda Gran Guerra. Este es el marco, casi cómico, que da pie a un film en el que el escritor Holly Martins (Joseph Cotten) investiga la extraña muerte de Harry Lime (Orson Welles).
No se desvela ningún gran secreto al correr el velo de que Harry Lime no está muerto, y lo descubrimos en un plano magistral, el haz de luz de una ventana ilumina el rostro irónico de Orson Welles. Desde ese mismo instante el espectador cae en los brazos de Harry Lime, un personaje que ha fingido su propia muerte.
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Parte de la atmósfera de la película es su excelente banda sonora, firmada por Antón Karas y en la que sobresale una cítara, un instrumento que puede contar de 30 a 40 cuerdas, típico de la Europa Central. La ciudad de Viena y especialmente sus alcantarillas son otro gran personaje de la cinta. La ciudad dividida se encuentra unida bajo suelo, siendo este el escenario ideal para persecuciones rodadas de manera extraordinaria.
Harry Lime no tiene una gran presencia en la pantalla, pero su personaje marca la película y sus apariciones son oportunas y efectivas. Detrás de este trabajo de Welles estaba una importante oferta económica, que le permitiría finalizar su Otelo (1952). No debemos pasar por alto el papel de Joseph Cotten, sobre su personaje transcurre la trama de la película, el espectador es un acompañante de Holly Martins en su investigación sobre la tragedia de Harry Lime.
El tercer hombre es una obra maestra del cine y no se puede apreciar su grandeza en un artículo. Es necesario verla, y si ya se ha visto, volver a verla. Siempre se encontrará un nuevo detalle fruto de la magia que se produce en el cine cuando el talento confluye.