L
avar los platos, hacer la comida, llevarse bien con los vecinos… Compartir piso nunca fue una tarea sencilla, sin embargo, la cosa se torna aún más dificultosa si somos, por ejemplo, seres inmortales de ultratumba. El falso documental Lo que hacemos en las sombras (2014) nos introduce en esta extraña circunstancia en la cual se encuentran cuatro vampiros que, por una u otra razón, han terminado viviendo juntos en Nueva Zelanda.
Nos encontramos con un guión interesante cuya resolución no supera lo curioso. A pesar de que la idea de imaginarse a unos vampiros compartiendo piso puede ser estimulante, los directores Taika Waititi y Jemaine Clément no han sabido aprovechar y sacar todo el jugo que esta historia podría habernos brindado.
El ritmo no siempre nos atrapa, siendo a veces demasiado redundante y espeso, no existen las sorpresas, giros o expectativas que mantengan al espectador alerta o pensando qué va a ocurrir. Y, aunque a veces puede llegar a arrancarnos una carcajada, todo resulta bastante previsible, los tópicos de siempre (espejos que no reflejan, sed de sangre, debilidad ante un crucifijo, antagonistas licántropos, siervos…) removidos en un contexto documental contemporáneo.
La idea de encontrarnos a la bestia del archiconocido Nosferatu de Murnau y nada menos que a Vlad el Empalador entre los vampiros que habitan la casa dice mucho, por otra parte, del trabajo de caracterización. Si por algo destaca esta bizarrada ficticia es por la caracterización y habilidad interpretativa que se ha otorgado a los personajes, los cuales encarnan a la perfección sus papeles que, combinado con la técnica documental de cámara en mano que se ha utilizado, les hacen parecer auténticos hasta lo inquietante.
Es difícil afirmar que nos encontremos ante un film de culto, ya que no es esa una etiqueta, por otra parte, que se pueda predecir a corto plazo. Es esta una película curiosa, desenfadada y muy desconcertante que nos invita conocer a unos seres sobrenaturales y anacrónicos que tratan de adaptarse a un ritmo de vida que no va en absoluto con ellos. La ironía, el sarcasmo y el ridículo van implícitos.
Cuesta mucho creer, a priori, que Lo que hacemos en las sombras vaya a convertirse en algo más que un rato para echar con los amigos.
