«Estaba sola. Esperaba a Favell que aún no había llegado, yacía en el diván, con un cenicero lleno de colillas a su lado. Parecía enferma, extraña. De pronto se levantó y se dirigió a mí: ‘Cuando tenga un hijo ni tú ni nadie podrá demostrar nunca que no es tuyo.Te gustaría tener un heredero para tu precioso Manderley, ¿verdad?’. Y luego se echó a reír. ‘¡Qué extraordinario y maravillosamente divertido! Seré la perfecta madre como he sido la perfecta esposa, y nadie lo sabrá nunca. Seguro que te encantará Max, ver a mi hijo crecer día a día sabiendo que cuando mueras Manderley será suyo’. Estaba frente a mí, desafiante, con un cigarrillo en la mano, sonreía. ‘Bien Max, te has llevado una sorpresa, ¿verdad? ¿Vas a matarme?»
Rebecca, de Alfred Hitchcock
Rebecca es uno de esos ejemplos que demuestran que las trabas que se imponen a la creatividad -las que puso el productor, David O. Selznick, y las que puso la censura-, no hacen más que agudizar el ingenio. Este fue el primer encargo que Selznick hizo a Hitchcock en Hollywood, puede que el cineasta no hubiera trabajado antes con tantos medios, pero tampoco había trabajado antes con un productor tocapelotas… Selznick quería ser fiel a la novela original y Hitchcock quería ser fiel a sí mismo, quería filmar algo que funcionase de verdad en pantalla. El cineasta hizo uso de sus trucos para conseguirlo, para evitar la parafernalia en la medida de lo posible y para retratar los momentos más trascendentales de una manera sencilla. Véase sin ir más lejos la secuencia de la confesión de Maximilian De Winter (Laurence Olivier), mítico ‘no-flash back’, maravillosa forma de evocar el pasado simplemente recorriendo un lugar con la cámara, persiguiendo un fantasma, el de Rebecca… (Ya os hemos destripado la película… otro día hablamos de la señora Danvers).