– A eso de las once y media comenzaron las voces… y las risas…
-¿Risas?
-Sí, parecía como si todos los niños de la isla se hubiesen despertado. Gritaban y reían. Iban en grupos. Entraban en una casa como si fueran a una fiesta, pero… no. Entraban y al poco empezaban a escucharse los gritos. ¡Gritos de hombres y de mujeres! Salían de una casa y se metían en otra, y luego en otra… Mi mujer bajó a la calle a ver lo que pasaba, yo me quedé en la ventana. Ella salió en un momento en el que justo un grupo salía de una casa. Parecía como si jugasen, pero llevaban cuchillos y palos.
¿Quién puede matar a un niño? (1976), de Narciso Ibáñez Serrador
https://www.youtube.com/watch?v=ZF4pqg64iTo
¿Quién puede matar a un niño? fue la segunda y prácticamente última película Narciso Ibáñez Serrador –Chicho para los amigos-, que ya se había dedicado al género del terror en la televisión, alternándolo con el archiconocido Un, dos tres… responda otra vez. Todo eso fue mucho antes de que le conociéramos los ‘algo más jóvenes’ a través de otros productos televisivos como, agárrense, El semáforo o Waku Waku. Digo todo esto, porque merece tener en cuenta la flexibilidad, casi de contorsionista, de un realizador que ha podido crear uno de los programas familiares más conocidos de la historia de la televisión española y al mismo tiempo adaptar y dirigir una de las obras más admiradas de cine de terror patrio e incluso extranjero.
Los Niños, como también ha sido conocida la película, es una cinta llena de luz, playas, risas y… sangre, que sin utilizar apenas los típicos clichés del cine de terror al que estamos acostumbrados -la película transcurre a plena luz del día- consigue mantenernos alerta, y por momentos incluso aterrados, durante todo su metraje. No voy a decir que sea una obra maestra, pero teniendo en cuenta mi escaso interés por el género, el simple hecho de que consiga mantenerme despierto y atento durante sus 100 minutos de duración, es todo un logro.
Unos créditos de inicio sombríos, escalofriantes y largos – por desgracia nada ficticios – nos sumergen durante minutos en una especie de anuncio en bucle de ONG, haciéndonos sentir los momentos más oscuros de la historia reciente, de los conflictos bélicos y de las víctimas, en especial niños, que éstos han generado. Una secuencia interminable de imágenes en blanco y negro, con niños muertos, moribundos y famélicos que luchan por sobrevivir, en el mejor de los casos. Y tras estos angustiosos minutos introductorios, intercalados con inocentes risas infantiles y teñidos en créditos rojo sangre, el maestro Chicho, funde a una colorida y soleada escena veraniega, con imágenes de niños rollizos, señoras despatarradas y señores entrados en carnes, metiéndonos de lleno en la historia con unas imágenes casi sórdidas por su contraste con lo que acabamos de ver pocos segundos antes.
Pero no penséis que esto no es más que una versión española de la también aterradora El pueblo de los malditos, la mítica película de Wolf Rilia que fue homenajeada hasta en un capítulo de los Simpsons, con la que ciertamente comparte la idea principal: un pueblo en el que los niños se rebelan contra los adultos, a los que intentan aniquilar a toda costa. La gran diferencia de la película española, es que parece que hay una especie de justificación de la inexplicable ansia asesina de los niños, a modo de respuesta a la crueldad sufrida por la población infantil en las guerras, hambrunas y demás desastres que nos han sido retratados de la manera más detallada posible. Y es que -atención spoiler- incluso cuando el bebé del que está embarazada la protagonista, se rebela dentro de su vientre, torturándola hasta la muerte, parece que se nos justifica este asesinato con una conversación previa en la que la pareja habla de cómo habían considerado abortar.
Es cierto que la película no tiene unas actuaciones estelares ni un guión inolvidable, pero sí que nos deja un puñado de escenas impactantes y una imagen en general muy muy cuidada – hay que reconocerle la originalidad gore de la piñata humana con un inocente abuelo – y parece que nos hace meditar sobre la intolerable crueldad de la humanidad, que se ceba especialmente con los niños. Aunque sea por salvar nuestro propio pellejo.