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Ángel de la Guarda, haz que Irene y Maite resuciten y vuelvan a vivir

 

– Ronda, ronda, el que no se haya escondido que se esconda, y si no que responda. ¡Te he visto tramposa! ¡Sal! ¡Te he visto!
– ¿En qué árbol?
– ¡En ese! ¡Sal Maite y no seas tramposa! ¡Te tienes que morir! ¡Muérete! ¡Irene te he visto! ¡Estás detrás de las matas! ¡Sal! ¡Muérete!
– Ay… ¡pobre de mí!
– Ángel de la Guarda, dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día. No me desampares que me perdería. Haz que Irene y Maite resuciten y vuelvan a vivir.

Cría Cuervos (1975), de Carlos Saura

Es evidente que las películas que hacían nuestros cineastas más lúcidos durante el franquismo, y más si cabe cuando este agonizaba, tienen muchas capas, hay que leer entre líneas y extraer la picardía que disfrazaban de inocencia –Saura y Berlanga, expertos-, pero ya nos dedicaremos en otro momento a ese tema. Esta semana nos hemos propuesto recomendar una selección de películas que tratan el tema de la infancia, y Cría Cuervos es una de las elegidas. Premio del Jurado en Cannes… nominada al Oscar a Mejor Película Extranjera, entre muchas otras cosas. No lo decimos nosotros, Cría Cuervos es objetivamente –o al menos honestamente- hablando una película imprescindible.

Muchos la han metido en el saco del surrealismo, y sin embargo pocas veces hemos visto en pantalla algo tan real. Parece que cuando hablamos de recuerdos, de pensamientos macabros o de pensamientos impuros hemos de recurrir al surrealismo, cuando todo eso está guardado en lo más profundo del ser humano, lo más real, lo auténtico. El surrealismo es otra cosa, es una forma de expresarlo, pero no la única. Carlos Saura no hace uso del surrealismo en esta película, pues queramos o no lo que vemos en ella forma parte de nuestra naturaleza –otro tema es que los haya que eleven sus instintos al grado de psicopatía-.

Saura utiliza la figura de una niña para adentrarse sin prejuicios en el lado oscuro de mente humana, ese que todos tenemos. La perspectiva infantil siempre es una buena herramienta para analizar lo incómodo. Hablo de lo que se piensa, no de lo que se dice, ni de lo que se hace. Aunque en este caso, ella lo piensa –no lo dice-, pero lo hace –o cree que lo hace-. Esta niña, Ana, Ana Torrent, nos dice sus intenciones y las justifica, a través de su mirada. La mirada, poderoso argumento que utiliza Saura para convencernos, para despertar el miedo y la ternura.

El duelo. Otra estupenda herramienta para construir un guión sin reproches, pues durante el duelo, uno tiene el derecho, y casi la obligación, de expresar todo lo que siente. Ana acaba de perder a su madre… también a su padre. Ana utiliza su imaginación para seguir al lado de la primera, a quien ve en todas partes. Del segundo se cree responsable de su muerte, responsable con orgullo, pues era su deseo que desapareciese. Al espectador le parece un juego, cosas de niños… pero son sus fantasmas -madre y padre- los motores de sus acciones. Los responsables. Aquí la mayor crítica, aquí la mayor lección que nos da Carlos Saura, aquí el motivo del título. Cría cuervos… y si está en su mano, te sacarán los ojos.

En este caso Saura opta por dejar los ojos ajenos en sus cuencas, confía en la inocencia, confía en la pureza, confía en que las nuevas generaciones llegarán a ser independientes a pasar de lo que les hayan inculcado de pequeños. Por eso Cría Cuervos está relatada como un recuerdo, el de una Ana, ya mayor, que confiesa ante la cámara, perdonándose a sí misma y redimiendo a los que la rodearon durante aquella dura etapa.

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