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‘El mundo sigue’ y a los jóvenes nos entra pánico. Una crónica de Fernando Fernán Gómez

 

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oy confieso que la semana pasada Gemma Cuervo me hizo llorar. No se confundan, no pretendo demonizarla, fue por pura empatía. Fui testigo, junto a otros tantos compañeros, de un momento único: ver cómo terminaba de cicatrizar una herida que llevaba abierta medio siglo. Proyectaron en la Academia de Cine El mundo sigue, una joya de Fernando Fernán Gómez que la actriz coprotagoniza y que jamás había tenido el estreno que se merecía, hasta ahora. El mundo sigue roza esa tela inmensa que reluce en la oscuridad de nuevo… digo de nuevo, pero para muchos, incluso para aquellos que podrían haber tenido la oportunidad de verla en 1965, será la primera vez.

El octavo largometraje de Fernán Gómez como director se estrenó de forma casi clandestina, en sesión doble, en el cine Buenos Aires de Bilbao, y antes de llegar a ese mudo destino ya había pasado un calvario. La primera versión de este guión que hoy idolatramos -adaptación, por cierto, de la obra del amigo franquista Juan Antonio Zunzunegui-, fue censurada. Cuando Manuel Fraga fue nombrado ministro y José María García Escudero regresó al puesto de director general de Cinematografía y Teatro con la promesa de abrir la mano, el texto, más suavizado eso sí, pasó la censura que llaman moral, pero una vez filmada, la película se vio sometida a otra, quizá aún más dolorosa: le otorgaron la categoría C y no pudo recibir subvención, una subvención que se había convertido en imprescindible para la difusión de multitud de obras de la llamada generación del ‘Nuevo cine español’.

Si la película llegó a estrenarse fue porque, por extraño que parezca, tenía distribuidora… pero al poco desapareció y con ella la posibilidad de que El mundo sigue, siguiera adelante. Ahora se habla de su reestreno como “la reparación de una injusticia”. Así lo definió Fernando Trueba, presente en el coloquio que se realizó tras la proyección, y así lo asumió el resto. Las descripciones que se escucharon allí sobre esta obra de Fernán Gómez eran casi unánimes: “una vuelta de tuerca más a la realidad… retrato de lo patético, lo doloroso, lo grotesco”, comentaba José Sacristán. “La película más feroz describiendo a la sociedad de este país, su miseria moral”, según Trueba. “Una película muy dura, nuestra vida era así, la tristeza era así, las bajezas eran así, las paredes eran negras y el alma también, esa era la España que teníamos”, lamentaba Gemma Cuervo.

Ayer y hoy: la España de la picaresca frente a la de la hipocresía

 

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Yo no podía –sería ilógico-, estar tan emocionada como Gemma, no he vivido nada similar, no he vivido una postguerra, no he soportado una dictadura, esta película tampoco significa nada personal para mí, ni yo ni nadie cercano a mí ha sufrido la injusticia que la condenó al ostracismo. Sin embargo os aseguro que me tocó de lleno y regresé a casa con un sabor agridulce… quizá porque ahora vivo entre esas calles de Madrid, las reconozco, las recorro cada día, tienen menos miseria, pero también menos vida. Son calles en las que se palpa la esperanza y el miedo, rincones contradictorios repletos de miradas que miran al infinito mientras se toman una cervecita en una terraza. En ese sentido, poco ha cambiado pues esta ciudad.

Si los jóvenes podemos vernos reflejados en una película que tiene más de cincuenta años es porque compartimos los mismos sentimientos que entonces, si nos interesamos más ahora por ese cine es porque… como comenté en el coloquio, tenemos pánico, pánico a dar pasos de cangrejo, pánico a pasar hambre, pánico a la envidia, pánico al maltrato. Los temas que se tocan en El mundo sigue (machismo, violencia, pobreza, paro, desigualdad…) no nos son ajenos y la manera de afrontarlos, por desgracia tampoco. La única esperanza que le queda al personaje que interpreta el propio Fernán Gómez de salir de su pozo particular es acertar los catorce resultados de la quiniela, la misma esperanza que tienen la mayoría de españoles que aceptan que aquí el esfuerzo no tiene recompensa, que hay que arreglárselas de cualquier manera para seguir adelante. Como dijo José Sacristán tras ver la película… “una de las muchas cosas que aprendí de Fernando es a tener cintura, en este país hay que acostumbrarse a eso”. Pasado y presente… ¡Qué gran lección!

«Una de las muchas cosas que aprendí de Fernando Fernán Gómez es a tener cintura, en este país hay que acostumbrarse a eso». José Sacristán

La película que en un principio iba a proponer Fernán Gómez se centraba en ese hombre obsesionado con ganar esta apuesta tan cañí, en su evolución, su degradación. Por suerte durante la escritura del guión los personajes fundamentales crecieron, las dos hermanas que se odian de una forma extrema, Eloísa (Lina Canalejas) y Luisita (Gemma Cuervo), personajes que representan la disección de la doble moral, reflejo del papel y las posibilidades de la mujer en los años sesenta. Dos interpretaciones intensas y desgarradoras que contrapuestas con la naturalidad sosegada con la que Fernán Gómez captura aquel Madrid en blanco y negro producen auténtica congoja.

Es cierto que es injusto comparar… Mi generación ha crecido rodeada de lujos –yo aún tuve la suerte de saber además lo que es jugar en la calle ‘sin juguetes’ y merendar el pan con chocolate que mi madre me preparaba como un acto nostálgico-, hemos visto cómo la sociedad del bienestar nos ha plagado de unas cosas tan innecesarias como tener veinte muñecas, dos videoconsolas con treinta juegos, siete coches teledirigidos, tres bicis o ropa que jamás hemos llegado a estrenar; y cosas tan necesarias como por ejemplo una buena educación. Pero ahora que nos han malacostumbrado vemos cómo todas esas cosas, las innecesarias y las necesarias se deshacen entre los dedos de nuestras manos. Muchos de nosotros también nos hemos visto obligados, como Eloísa, a recurrir a la caridad de la familia para sobrevivir. Y con esa caridad seguimos adelante queriendo aparentar, pero de puertas para dentro, en muchas casas de este viejo Madrid, vuelve a oler a miseria. Este hedor no parece importunarnos pues en lugar de limpiar lo que hemos de limpiar preferimos mantener impolutos el smartphone, la tele de plasma y el ordenador. Son elementos fundamentales.

La gran diferencia entre aquella España y esta es que en aquella reinaba la picaresca y en esta reina la hipocresía: los ricos quieren aparentar ser pobres y los pobres quieren aparentar ser ricos. En el Madrid que nos muestra Fernando Fernán Gómez los ricos son ricos y no pretenden demostrar lo contrario, tampoco pretenden esconder la dudosa procedencia de su fortuna, son descarados. Los pobres son pobres, y sí, quieren ser ricos, sueñan mil maneras de serlo, pero asumen que son pobres. Es un retrato fiel, muy duro, pero honesto.

«Los jóvenes de hoy también nos hemos visto obligados, como Eloísa, a recurrir a la caridad de la familia para sobrevivir»

Quizá a los jóvenes, al contrario de lo que puedan pensar los más veteranos, sí nos interese esta honestidad –lo piensan y lo pregonan, como se pensaba y se pregonaba antes, como pensaremos y pregonaremos nosotros después-. Quizá esta película, como las del grandísimo Berlanga, atraiga la atención del público tierno porque nos vemos necesitados de un cine contemporáneo como ese, cine denuncia, un cine crítico que nos ayude a abrir los ojos para evitar esa vuelta atrás.

Por suerte… cómo bien dijo Antonio Resines en la Academia de Cine después de ver la película “se nota un acercamiento” a nuestro cine, “algo se mueve”, algo que podría satisfacer esa necesidad –hay multitud de nuevos realizadores y no tan nuevos que desde luego lo intentan, que se lo juegan todo por hacer algo diferente-, pero que sin embargo cuenta con un apoyo casi nulo por parte de las administraciones, pocas copias, poca visibilidad, poca promoción, pocas miras hacia los nuevos mercados y los nuevos formatos. Muchos lo interpretan como  una falta de confianza. Así, y si no que se lo digan a Fernán Gómez, es casi imposible llegar al corazón de nadie. Nada tiene que ver con un desinterés por parte del espectador en general y mucho menos por parte del público joven en particular.

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