“Los niños que no ven y que no oyen me han ayudado a volver a ver y escuchar el mundo”
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ara Jean-Pierre Améris encontrar a Marie Heurtin y a la hermana Marguerite entre los documentos olvidados del Instituto Larnay ha sido «la suerte» de su vida. Eso nos decía mientras le mirábamos y escuchábamos atentamente sentados a su alrededor, nosotros y otro pequeño grupo de periodistas. Yo personalmente me fijaba en sus manos… Quizá La historia de Marie Heurtin le haya valido para experimentar el extraordinario poder de comunicación que tienen las manos, o quizá es algo que ya sabía. Suele ser algo innato, pero a veces se nos olvida.
Dicho de una forma simple Améris ha venido a presentarnos una historia sobre una niña sordociega que vivió a finales del siglo XIX y que contra todo pronóstico consiguió aprender a comunicarse gracias a la ayuda de una monja. Dicho de una forma compleja lo que en realidad nos trae es una de esas historias creadas para reconciliarse con la humanidad, para aparcar los egos, dejar a un lado el victimismo y empezar sencillamente a admirar a los demás, a todo aquello que forma parte de este mundo.
Nos dice el cineasta francés que las personas ciegas y las personas sordas adoran el séptimo arte, y a mí inevitablemente me viene a la mente ese corto presentado en el Notodofilmfest que este año ha emocionado a todo el que lo ha visto y a todo el que lo ha escuchado: Para Sonia. A pesar de esa pasión que ellos también comparten apenas tienen acceso al cine… tampoco a poder expresarse como artistas… Es curioso porque lo primero que enseñan a los actores en las escuelas de arte dramático es a comunicar a través del cuerpo, una lección que bien pueden dar ellos a los maestros.
Has recuperado para el cine la vida de Marie Heurtin, pero poco se podría haber contado de ella sin la hermana Marguerite… ¿Ese personaje es realmente como se describe en la película? Y si lo es, ¿qué datos tenías de ella?
Todo lo que hay en la película está lo más cerca de la realidad posible, en esta película, si puedo atreverme a decirlo, no me he inventado nada. La película está basada en hechos reales, incluso la enfermedad de Marguerite lo es, estuvo enferma, tenía tuberculosis, el hecho de ocuparse de Marie quizá precipitó su final. Me interesaba mucho ese periodo, el del final, en el que quizá sí he pintado alguna cosa más, porque quería imaginar lo que habría ocurrido en el momento en el que Marguerite tiene que enseñarle lo más importante a Marie, que es que va a tener que vivir sin ella: la autonomía.
Siempre me había apasionado la historia de Helen Keller, de la película de Arthur Penn El milagro de Anna Sullivan, siempre me ha apasionado esa cuestión de la comunicación y el cómo los sordociegos consiguen comunicar. En 2006, haciendo investigaciones, encuentro esta historia francesa que ocurre en la misma época que la historia de Helen Keller, a finales del XIX. Helen Keller es conocida en todo el mundo, en Japón, en América del Sur… y nosotros teníamos a Marie Heurtin y a la hermana Marguerite y, ¡no la conocía nadie! Estaba totalmente olvidado en Francia. Como en muchas de mis películas primero quise hacer un trabajo de documentación y encontré un texto de Marie Heurtin –no es como la biografía de Helen Keller La historia de mi vida, son treinta páginas-, que escribió cuando aprendió braille. El texto comienza así: “Cuando entré en Larnay -en el internado-, en 1895, era un animal furioso”. Cuenta sus primeros años, en su jardín… cuenta que era como un animalito que se subía a los árboles. ¡Yo nunca habría imaginado que un sorodociego pudiera subirse a los árboles! Luego cuenta el encuentro con la hermana Marguerite, la violencia de los primeros momentos, y que luego Marguerite tuvo esta idea genial de enseñarle su primer signo con ‘su objeto amado’, el cuchillo. A mí nunca como guionista se me hubiera podido ocurrir la historia del cuchillo, la vida a veces es mucho más sorprendente de lo que se cuenta en el cine. Marie Heurtin cuenta que cuando vino desde Nantes a Poitiers, estaba sola, sin sus padres, sin sus hermanos, sola en ese internado, y de su casa solo tenía esa pequeña navajita de su padre. La olisqueaba todo el rato y le recordaba a su casa. La genialidad de Marguerite fue la idea de utilizar este instrumento para enseñarle el primer signo. Lo sorprendente es que sigue utilizándose el mismo sistema actualmente.
A la vez que buscaba documentación fui al centro donde ocurrió realmente la historia -que ya no lo llevan religiosas desde los años 60, pero siguen yendo niños sordociegos-, en Francia tenemos seis mil sordociegos, cuatro millones de sordos y un millón de ciegos, y solo tres centros. Es bastante poco. Allí, entre 2007 y 2011, escribiendo el guión al mismo tiempo, pasé mucho tiempo con los niños y adolescentes y hay muchas cosas que aparecen en la película que son cosas que vi y viví con ellos. Lo que es fascinante es que hay muchas Marie Heurtin todavía hoy. Siempre es el mismo proceso: el niño que nace sordociego es bastante violento, porque no sabe dónde está, todo es peligroso, se le acerca una mano al hombro y no sabe si es una mano amiga. En la primera etapa hay que ganarse su confianza. La segunda etapa del aprendizaje es cómo crear esta chispa del lenguaje, cómo conseguir que el niño entienda que si quiere algo, él que no puede hablar, tiene que hacer un signo, por lo tanto hay que encontrar ‘el objeto amado’, como los ositos de peluche… algo que le recuerde al olor de los padres. Es una educación muy larga, hay que quitárselo, devolvérselo… a veces tardan un año y medio, a veces cinco años y a veces no se consigue.
La impresión que me da es que la auténtica heroína de la película, la que lleva el peso dramático y a quien quieres dar a conocer en realidad es a la hermana Marguerite…
Para mí es una historia de dos personajes, no me parece que en la película la hermana Marguerite sea más importante que Marie Heurtin, es una historia de un intercambio, de un encuentro… en un árbol se reconocen con la yema de los dedos. Es como la vida, ¿no? Es como hoy en día: hay niños sordociegos con educadores con los que no funciona y de repente con otro sí. Es el amor, o la amistad que, en este caso profesionalmente, hace que en un encuentro haya una afinidad. La película está hecha así. Hay mucha documentación, textos de la hermana, bastante pocos porque eran mujeres que trabajaban mucho, no escribían tanto, pero también hay cosas que se oyen en la película que salen de sus diarios, sobre todo al final del todo cuando dice: “Marie Heurtin me ha enseñado más a mí de lo que la he ensañado yo a ella”. Para mí era lo más hermoso de la historia, que para Marguerite también es la suerte de su vida, la oportunidad de su vida, vive una maternidad que como religiosa no debería haber conocido, descubre esta comunicación carnal cuando normalmente a las religiosas no las tocan, pero con los sordociegos descubren otro tipo de comunicación.
Para mí también ha sido la gran suerte de mi vida haber encontrado esta historia y haber vivido algo así, es lo que quería compartir con el espectador, porque la película ha sido muy difícil de financiar, ha tenido un presupuesto muy pequeño, nos apasionaba a todo el equipo pero para los productores era como horrible: ¡sordociegos! ¿Quién va a ir a ver eso? Yo lo que veía todos los días eran niños como los demás, que les encanta hacer deporte, reírse, hacer bromas… No es horrible un sordociego. La discapacidad no es horrible. Quería mostrar eso: que es vida, que es alegre, he visto mucha alegría. Son niños que tienen unas ganas de comunicar enormes, cuando no están contentos te pegan y cuando están contentos te acarician. Me acordaré toda la vida de mi primer día en el centro. Fue impresionante. Yo tenía un poco de miedo incluso. Les veías que llegaban hacia ti y… ¡la única manera de conocer a uno nuevo es tocándole! Además yo soy muy alto, decían: “¿Dónde está? ¿Dónde tiene la cabeza?” (risas). No estamos acostumbrados ya en esta sociedad a eso… yo el primero, ¿eh? Somos muy reservados, somos una sociedad muy virtual. Ellos para conocerte te tienen que tocar y oler… normalmente a los niños les enseñas a no tocar a la gente. Cinematográficamente es interesante, hay un gesto, es filmar otro tipo de comunicación, es la ocasión.
¿Cómo has trabajado con Ariana Rivoire para poder transmitir ese aislamiento de Marie en los primeros momentos?
La otra gran suerte de mi vida es haber encontrado a Ariana, para mí es y seguirá siendo una de las mejores actrices con las que he trabajado. Esta chica es sorda de nacimiento, ni siquiera se había podido imaginar ser actriz, ella está en un liceo profesional y quiere trabajar como auxiliar de enfermería para personas mayores. Siempre he rodado con sordos, con ciegos… y en mi primer película –que la rodé hace más de veinte años-, estaba la actriz que hace en esta de la hermana Raphaëlle (Noémie Churlet). Tenía quince años en aquella época y ahora se ha convertido en una actriz de teatro, porque en Francia hay un teatro para sordos muy importante –estoy seguro de que aquí en España también lo habrá-, pero sin embargo en el cine nunca se coge a actores sordos ni ciegos, el cine está como cerrado a esto porque todo el mundo dice: no, con sordos o ciegos es difícil… ¡No es difícil! En veinte años Noémie ha hecho un cortometraje y me parece que es una pena porque, nosotros como realizadores, nos privamos de actores que tienen un comportamiento distinto, otro lenguaje, el lenguaje de signos, que es magnífico.
“Es una pena que como realizadores nos privemos de actores que tienen otro lenguaje, el lenguaje de signos, que es magnífico”
Yo al principio quería rodar con una chica sordociega -soy muy pragmático-, dije: si es sordociega pues necesito a una chica que sea sordociega, y en el centro había una que me gustaba mucho de quince años, muy guapa y que hacía danza, hacía muy buenos espectáculos, la había visto y era muy, muy buena. Le propuse el papel y lo rechazó. Dijo: “Lo que me gusta es la danza, actuar no me interesa”. No había otra. Así que renuncié a trabajar con una sordociega y me dije: mejor una sorda porque el lenguaje de signos es súper importante en la película y una niña ciega que tuviera que aprender el lenguaje de los signos sería más difícil… Para los sordociegos el lenguaje de los signos está más cerca de los sordos que de los ciegos, por lo tanto hice un casting en Francia en todas las escuelas de adolescentes sordos… Es gracioso porque los chicos sordos decían: “¡Ey! ¿Qué pasa que nosotros no podemos?”. “No es por nada –decía-, es que es un internado de chicas” (risas). Un día fui a Chambéry, no sé si lo conocéis, está en las montañas -yo soy de Lyon-, fui allí, vi a chicas toda la mañana con una intérprete, porque yo desgraciadamente hablo mal el lenguaje de los signos –como todos los demás idiomas (risas)-, y… en el casting no hay que buscar quién es mejor que quién, hay que buscar a la persona. Es como Marguerite y Marie en el árbol, es esperar la evidencia. Da igual que sea a nivel profesional o no, ya pueden ser Gérard Depardieu o Isabelle Carré, pero en un momento dado es él o ella. No había conseguido sentir esto… Ese día mientras comía en el comedor del instituto vi a Ariana a unas pocas mesas de la mía y es verdad que tenía algo, era bajita pero estaba bien sentada… Le digo: “¿Por qué no has venido al casting?” “¡Es horrible! Se me ha olvidado apuntarme…”, me dice. “Bueno, si te interesa entre dos citas te veo”. Afortunadamente vino y es verdad que en cuanto la tuve en frente –bueno, lo sabía ya en el comedor-, supe que era ella. Veía que había algo de ella en el papel y también que había afinidad entre nosotros porque, incluso aunque estuviese el intérprete, nunca sentía que había un tercero, aunque no se me de bien el lenguaje de signos siempre nos comunicábamos directamente porque… eso va más allá de la comunicación, te ves, los ojos, los gestos, todo. Supe que era ella, llamé a la productora, me dijeron: “¿Pero no haces pruebas?” Y dije: “No, no, no”. Confiaba en ella, como Marguerite, ¿no? Había visto algo en ella.
Un día presentando la película juntos Ariadna delante del público dice: “Jean Pierre ha hecho lo que soy”. Y yo dije: “Pero, ¿por qué dices esto? No hice lo que eres: eres una jovencita formidable y yo no he hecho nada”. Vino a París cada diez días, leíamos el guión, le explicaba todo y me contó algo de su vida que tenía algo de Marie Heurtin: es de origen albanés, la abandonaron sus padres y hasta los siete años vivió en un orfanato y estaba, como Marie Heurtin, enfadada con el mundo, porque lo que crea la cólera es la frustración. Los niños quieren saberlo todo y nadie hablaba el lenguaje de los signos y ella tampoco, así que estaba en este estado de violencia permanente. La violencia es la frustración, en todos los sitios… Su madre adoptiva me contó que cuando llegaron a Francia Ariana era violenta, sucia, rechazaba que alguien la tocara, y el aprendizaje del idioma de los signos la tranquilizó. Es la comunicación la que nos da paz, la que nos da tranquilidad, podemos responder a las preguntas que nos hacemos, podemos obtener lo que deseamos, es fascinante.
Trabajamos juntos y luego vino conmigo al centro de niños sordociegos y les observó mucho… Me acordaré siempre, la primera chica que encontró es una joven africana, porque actualmente, desgraciadamente, hay muchos africanos que son sordociegos por la rubeola que las mujeres embarazadas tienen; la chica, de 12 años, de la Costa de Marfil, enorme, grandísima, la abrazó para saber quién era la nueva y durante veinte minutos estuvo observando la forma de la nariz, de las mejillas, oliendo su pelo… ¡Ariana estaba rojísima! Estaba esperando, vio cómo es la comunicación de los sordociegos, es larga, necesita tiempo, ¡no es solo dos besos y ya está! Inmediatamente pasa por la mano y por la nariz. Aprendió a hacer esa mirada de ciega que hace súper bien, se entrenaba, cuando hacíamos los ensayos se tapaba los ojos durante media hora… la gran angustia de los sordos es volverse ciegos, porque los sordos son increíblemente visuales, yo no lo sabía, pero los sordos tienen un campo visual más amplio que el resto. Luego le presenté a Isabelle Carré, una actriz con la que he trabajado tres veces ya, para ella escribí el papel, aunque no se parece en absoluto a la hermana, si buscas en Internet era una mujer fuerte… gorda, nada que ver con Isabelle, pero veía que tenía algo del carácter de esta monja, que era muy cabezota, un poco provocadora, no tenía miedo de sembrar el caos. La hermana Marguerite no era una intelectual, se ocupaba del jardín y no era profesora del lenguaje de signos, solo dijo: “Siento algo, quiero intentarlo”. Es distinta a la película -en la que pensé mucho por cierto-, El niño salvaje de Francois Truffaut, en la que hay un científico que hace investigaciones…. Marguerite no conoce nada, solo tiene fe. No es una fe religiosa, es una fe en el otro, es casi una obsesión un poco insana, ¿no? (risas). Yo creo que para hacer grandes cosas hay que estar un poco loco (risas).
“Pensé mucho en Robert Bresson porque era un maestro filmando las manos y el mundo”
A finales del siglo XIX no sabían cómo comunicarse con los sordociegos, conocían el lenguaje de los signos, se había inventado a finales del siglo XVIII, pero cien años después no sabían cómo comunicarse con los sordociegos. ¿Qué hace que ella encuentre esta adaptación del lenguaje de los signos a la mano? Los sordociegos te tienden las manos y si hablas el lenguaje de los signos, les coges la mano y les das los buenos días, ellos te escuchan con sus manos. Es la genialidad del ser humano. El ser humano es un animal comunicativo, si el bebé no se comunica se muere… Carré aprendió el lenguaje de signos en seis meses, al contrario que yo ella es más hábil, y a Ariana le encantó que la actriz, la súper star, hiciera el mismo camino que ella, eso las acercó mucho. En seguida se llevaron muy bien y conectaron. Era importante porque la película es muy íntima, no hay nada más intimo que el olfato y el tacto, y tenían que interpretar siempre o violencia o amor… Eran peleas coreografiadas pero Ariana daba patadas… Isabelle Carré estaba llena de moratones (risas), yo como director estaba contento porque era muy real (risas). Había también mucha ternura, me encanta la escena en la que por la noche Marie va a la cama y le acaricia el rostro. Elegí una toma en la que Isabelle Carré está incómoda, porque, es verdad que nosotros no tenemos esa educación, no sé… no es malsano, le da las gracias, está contenta, la quiere y la manera que tiene de mostrarlo es acariciándola.
Por lo que cuentas, por las dificultades que has tenido y por la temática arriesgada, La historia de Marie Heurtin podría haber sido una de esas películas tan necesarias como poco conocidas… ‘maldita’. ¿Qué película ‘maldita’ te ha marcado a ti como cineasta?
Esta pregunta hay que meditarla… Para mí, mi maestro, desde que era adolescente, es Robert Bresson. Sí es conocido, pero no sé si tanta gente ha visto su filmografía. Pickpocket es una de mis películas preferidas porque trata lo mismo: cómo conectarse con otro a través de la mano, y pensé mucho en Bresson porque era un maestro filmando las manos y el mundo. Me paso la vida viendo películas, es mi vida… Me gustaba mucho cuando era adolescente el cine fantástico, las historias de monstruos. Yo me identificaba con ellos, estaba muy acomplejado por mi altura, y entre mis películas preferidas estaban El hombre elefante, Eduardo Manostijeras… Esas historias de monstruos me encantaban. No me siento capaz de hacer una película fantástica, pero me hubiese gustado filmar El hombre que ríe de Victor Hugo, la historia del chico desfigurado, del cuerpo estropeado…
Has citado antes El milagro de Anna Sullivan y El niño salvaje, pero a diferencia de esas película tú giras el argumento en cierto modo hacia la comedia, especialmente al principio, ¿por qué?
Porque documentándome he visto este placer, este gusto por la vida, y quería expresar eso. Es verdad que nacer sordociego o ser padre de un sordociego es terrible, pero luego… vale, va a ser sordociego toda la vida, ¿y qué podemos hacer? ¿Qué hacemos para que su vida sea lo más abierta y lo más desarrollada posible? Los niños que vi iban a la piscina, trabajan en braille… Fíjate, hay un restaurante en Poitiers donde los camareros son sordociegos y te traen los platos y el que limpia los platos nunca rompe uno. Unos hacen estudios. Nos han contado una historia en España hoy sobre una etíope que ha hecho estudios universitarios. Es posible. Les encanta ir al cine, por ejemplo. ¿Pero un sordociego en el cine qué hace? Son como todo el mundo, les encanta ir a un espectáculo. Hay alguien a la derecha y alguien a la izquierda, también puedes molestar al que tienes delante…
“Las distribuidoras dejan de lado a un público que tiene ganas de cine, los ciegos adoran ir al cine y los sordos también”
En una de las proyecciones de La historia de Marie Heurtin llenamos la sala de sordociegos y sus educadores les iban describiendo la película en la mano, y puedo deciros que en el debate de después eran muy pertinentes… Todos los padres de esos niños me decían que lo que hace la hermana Marguerite y lo que hacen los educadores ellos no pueden hacerlo. Es duro. Lo hemos visto, hay momentos en los que tienes que pegarte, es muy violento, porque el niño rechaza en cierto sentido la educación. Hay algo de domar… Mi hipótesis es que Marie Heurtin, el signo del cuchillo lo podría haber hecho antes, pero no quiso, se comportaba así para hacer rabiar a Marguerite y cuando ella perdió la esperanza dijo: “Venga va, voy a hacerlo”. Es como una especie de rechazo a la educación.
Ariana dice: «soy sorda», pero rechaza el término de discapacidad. En un debate tuve la desgracia de decir “discapacitada” y me echó la bronca. Me dijo: “No es una discapacidad, es una identidad, soy sorda, tengo un idioma, si quieres hablar conmigo aprende mi idioma”. Es como nosotros, si yo quiero hablar con vosotros debería de hablar castellano (risas). Me echó la bronca y le dije: “pero no tienes por qué tener vergüenza por tener una discapacidad, yo tengo un montón y por eso hago este tipo de películas. Tengo complejos por todas partes, discapacidades tenemos todos, hay que superar lo que nos bloquea”. Y dijo: “Vale, estoy de acuerdo, pero imaginaos –a los espectadores-, que llegáis a un mundo en el que todo el mundo habla en lengua de signos y vosotros no. Eso es lo que vivo yo día a día”. Los mejores momentos en Francia eran las veladas en las que había sordos que habían visto la película con subtítulos y ciegos que habían visto la película con cascos de audio descripción. Hablaban entre ellos, me gustaba porque planteó la cuestión de la accesibilidad al cine. Ariana solo va a ver películas americanas porque son las únicas que están subtituladas. Los sordos no conocen el cine francés porque nunca está subtitulado. Cuatro millones de sordos y un millón de ciegos… son cinco millones de público potencial, las distribuidoras dejan de lado a un público que tiene ganas de cine, los ciegos adoran ir al cine y los sordos también.
¿Y cómo ha reaccionado el público francés en general a la película?
He tenido mucha suerte realmente porque la película ha sido muy difícil de producir, pero ha tenido un gran éxito, no es que hayamos hecho Dios mío, ¿qué te hemos hecho?, pero llevamos más de trecientos mil espectadores (risas). El público ha superado el miedo que puede dar la historia de una sordociega educada por una monja. La película se ha beneficiado de un excelente boca-oreja. Dicen que es una película que contagia ganas de vivir, es muy luminosa y alegre. Esa era mi idea, mi objetivo. No hay que lamentarse, hay niños discapacitados, nos ponemos enfermos, nos morimos… la cuestión es: ¿qué podemos hacer? Me gustaba que fuera algo casi subversivo. También quería que fuese una película sobre la belleza del mundo, el espectador tenía que sentir que es verdad que el mundo es hermoso. Los niños que no ven y que no oyen me han ayudado a volver a ver y escuchar el mundo. En realidad no veo nada, ¡y es mi oficio! Me paso el día mirando el teléfono móvil y cuando paseaba con ellos, como todo es muy lento, se paraban delante de un árbol y nos quedábamos veinte minutos delante del árbol, tocándolo. Ellos con su mano, delante de un árbol o delante de un animal están en el mundo, más que yo. ¡Ellos abrazan el mundo! Incluso a la muerte. Es una idea genial, Marguerite, una vez que ha aprendido los objetos enseña a Marie las nociones más abstractas: Dios, la muerte. Es verdad que para la muerte, no hay nada mejor, si se puede decir así, que tocarla. Se muere una monja y va a tocarla. Conocemos mejor la muerte con la mano que intelectualmente.
La película no es triste, esa es la paradoja, hablamos de una situación que es dura pero la película nos da ánimos. Y luego hemos tenido también un apoyo importante del público sordo, de los cuatro millones de sordos que hay en Francia no todos fueron a ver la película, pero al público sordo le gustó. El lenguaje de los signos está muy bien hecho, es muy preciso y es muy hermoso, estaban muy orgullosos de que la actriz principal fuera sorda –todas las niñas que se ven en el internado lo son-. Conseguí que en todas las salas, todas las sesiones la película estuvieran subtituladas para sordos; en Francia aunque haya habido avances, progresos, Intocable… no se filma a personas discapacitadas, y ellos no tienen acceso al cine. Para los sordos tiene que estar subtitulado, también cuando hay un ruido tienen que ponerlo, se oyen caballos, se oye el viento, todo lo que se pueda añadir al diálogo. A los que oyen no les molesta, que era el miedo que tenían los distribuidores, de hecho cuando ves escrito “tormenta a lo lejos”, escuchas la tormenta y normalmente ni te das cuenta.