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Entrevista a Eran Riklis, director de ‘Mis hijos’

“No sé la solución al conflicto israelí-palestino, excepto intentar ser buenas personas, pero quizás no hay suficientes personas que quieran ser buenas”

 

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e qué lado estás?”, le pregunta, directa e incisivamente, una compañera a Eran Riklis mientras charlamos con él en un céntrico bar de Madrid. “Estoy de los dos lados, esa es la respuesta. No reconozco los ‘lados’”, contesta el director israelí. Como ya ha hecho en otras tantas ocasiones –en Los limoneros, Zaytoun…-, Riklis vuelve con Mis hijos a hacer un bonito juego de empatía, a ponerse en el lugar del ‘adversario’, a dar voz a los que están ‘del otro lado’: de Palestina. Nos cuenta la historia de un joven árabe que intenta hacerse un hueco entre los seguidores de la Torá. Un relato concebido y guionizado por otro árabe: el periodista y escritor Sayed Kashua –exiliado, por cierto, en EEUU desde la última intervención del ejército israelí en Gaza-. Ambos son contradictorios: un director judío que hace películas sobre árabes y un autor árabe que escribe en hebreo. Riklis y Kashua podrían ser un ejemplo a seguir, un ejemplo de entendimiento. Pero lo que muestran al público es un reflejo de lo contrario: del desacuerdo.

El conflicto palestino-israelí, la marginación, el amor adolescente… todos esos temas están presentes en Mis hijos, pero el trasfondo real es, ni más ni menos, que el de la pérdida de identidad. El motivo de esa pérdida es desalentador. Mis hijos no se presenta como un drama, de hecho tiene grandes momentos de humor, de ironía, pero las conclusiones que se pueden sacar de ella son tristes. Muy tristes.


Por la trayectoria que llevas, la percepción que queda en el espectador es que haces cine para remover conciencias, sin embargo desde que estrenaste Los limoneros (2008) hasta ahora los conflictos entre palestinos e israelíes lejos de desaparecer se han recrudecido… ¿El cine no es efectivo para remover conciencias en Israel? ¿O es que no llega a quien tiene que llegar?

Es un problema… Creo que el cine sí ayuda, hace a la gente pensar, quizá repensar… El cine es el cine, la vida real es la vida real, pero creo que el cine es parte de todo, ya sabes, tú lees libros, ves películas, vas al teatro, escuchas música, forma parte de tu vida real pero también hay eventos reales que están sucediendo, los conoces… Creo que hay dos tendencias en Israel, por un lado las cosas se están volviendo mucho más duras y hay gente que está anclada en sus ideas y no quiere abrirse, pero por otro lado hay gente que dice: ¡basta! Que esto es una locura, es mucho tiempo, demasiado sufrimiento, demasiada violencia, demasiada sangre. Creo que la sociedad está dividida, mitad y mitad. Yo hago lo que puedo, creo que al final las películas tienen una vida larga, la gente las puede ver en el cine, luego en televisión o en DVD, así que creo que poco a poco la gente toma conciencia, siempre está ahí el signo de interrogación. La gente tiene sus propias ideas, muy claras, sobre cosas: esto es así o así. Pero creo que el trabajo de las películas es hacer preguntas, no necesariamente dar las respuestas.

Mis hijos está basada en varios libros de Sayed Kashua, que también es el guionista de la película. Me gustaría saber cómo surgió la idea de adaptar esta historia al cine y cómo os entendisteis para hacerlo.

“Tenemos que encontrar un camino para mantener nuestra identidad sin concesiones, pero perder el lado malo de la identidad, el violento, el religioso, el histórico”

Bueno, la idea surgió de manera bastante obvia: porque son buenos libros, libros populares. Leí un borrador del guión que ya tenía preparado Sayed y pensé que era una buena historia: es divertida, es triste, tiene muchos elementos relevantes para mí, temas que son los que suelo tratar yo. Trabajar con Sayed no fue fácil porque… él árabe, yo judío, él es escritor, yo director (risas). Pero al final yo creo que escribimos juntos algo que los dos amamos y después hice la película. Siempre lo digo, la película siempre es una cosa nueva, el libro es el libro, la vida real es la vida real, el guión es el guión, pero después tienes ‘la película’, la película es independiente en muchos aspectos. Tienes los actores, tienes… otra cosas.

El tema central de Mis hijos es la pérdida de la identidad, ¿crees que una posible solución al conflicto entre Palestina e Israel puede pasar por olvidar la identidad por ambas partes?

Es verdad… Pero creo que de alguna manera tenemos que encontrar un camino para mantener nuestra identidad sin concesiones. Se trata de mantener la identidad y de respetar el hecho de que somos todos distintos, pero por otro lado perder el lado malo de la identidad, el lado violento, el lado religioso, el lado histórico. Tenemos que entender que aun siendo distintos realmente somos iguales porque somos todos seres humanos, etc. Así que… realmente no tengo ninguna solución, excepto el ser, o intentar ser una buena persona. Realmente eso sería ya suficiente, pero quizás no hay suficientes personas que quieran ser buenas.

Me gustaría confirmar este dato: fuiste el primer israelí aceptado en la Escuela de Cine de Inglaterra…

Sí, el primero y el último (risas).

La historia que escribió Sayed, que es en parte autobiográfica, tiene cierto paralelismo con la tuya: el primer árabe admitido en un instituto judío… ¿Usaste esa coincidencia para conectar con él?

No lo sé, puede que sí (risas). Es gracioso porque, cuando fui a la primera entrevista a la escuela, en Beaconsfield, en 1977 -era una escuela muy joven aún, tenía seis años-, el director era Colin Young -un escocés muy grande-, y tuvimos una reunión como esta, y me dice: “No me gustan los israelíes”. Y le dije: “¿Por qué?” “Porque no sois buenos con los palestinos, bla bla bla…” Le contesté: “Mira, no soy el primer ministro”. “Ya lo sé, pero aún así, no me gustan los israelís. No te quiero en la escuela”. Su asistente le dijo: “Pero Colin, es un buen cineasta, deberías admitirle…” “Ya ya… Bueno, vale, de acuerdo.” Y fue así todos mis años en la escuela, pero de una manera graciosa. Así que supe y comprendí lo que significa ser odiado. Fue un poco dramático porque, ya sabes, los israelís creemos que somos los mejores del mundo, y de repente tuve esa perspectiva de que la gente ve a los israelís de una manera algo distinta. Creo que eso me hizo más ambicioso, quería ser un cineasta realmente bueno, para poder demostrarle al director que de verdad era el mejor. Creo que ocurre lo mismo cuando observas a Sayed y su vida real y la historia de Eyad en la película. Es como dice su padre: “Quiero que seas el mejor. Vas a ser mejor que todos los demás. Y vas a construir la primera bomba atómica”, le dice en una broma.

MIS HIJOS - Foto 11 (Alta)

Al principio de la película efectivamente hay muchas bromas, el tono es satírico, pero después se vuelve más dramático. ¿Por qué ese cambio?

“En la Escuela de Cine de Inglaterra supe y comprendí lo que significa ser odiado”

Para mí eso era muy interesante porque creo que es un guión muy arriesgado, muy peligroso: pasar de comedia a algo que… es bonito pero no gracioso, te ríes… luego las cosas se vuelven muy dramáticas y lentamente se vuelven trágicas. Era arriesgado, pero me gustó, me pareció un reto interesante. Si te fijas, incluso Shakespeare mezcla drama y comedia, creo que es una buena manera de reflejar la vida, porque la vida es así. La vida no es una tragedia y no es una comedia, es una mezcla de todo. Estuve cómodo, pero fue todo un reto como cineasta, como narrador de historias.

¿Qué tiene la etapa de la adolescencia que tantos grandes realizadores acuden ella?

Es una buena pregunta, creo que en parte es porque en ese momento todo es posible, todo está abierto. La gente joven aún está abierta a ideas diferentes, a posibilidades diferentes. Incluso el amor es muy inocente y muy abierto, es un periodo de exploración. Creo que para una película, para contar una historia como esta, es bueno porque es como que llegas ‘limpio’, sin una opinión real, aún puedes absorber las opiniones de los demás. Y creo que para el público también es bueno porque te unes al personaje y sientes como él. De alguna manera, nosotros que como público algo mayor llegamos con unas opiniones establecidas sobre ciertas cosas, de repente volvemos atrás. Es un poco nostálgico, eso siempre es bonito, de repente puedes observar las cosas bajo una luz distinta, un poco más abierto a entender ideas diferentes.

En alguna entrevista he visto que te han presentado como “el amigo del adversario de Israel”. Me gustaría saber si tú te sientes así o si alguien te ha hecho sentir así.

A veces… Pero… y qué más da (risas). La verdad es que no ocurre mucho. Curiosamente se me considera un director ‘mainstream’, porque en el pasado he hecho películas muy populares en Israel y tengo una buena reputación. Dicen: «¡Otra vez con los árabes!» Pero en cierto modo entienden lo que estoy haciendo, creo que no tengo muchos enemigos, pero quién sabe. No, pero no me siento como un mártir, no soy el único que trata estos temas delicados. También hay que entender que Israel es un país loco, lo sabemos, pero tampoco del todo, es un país libre, democrático… Si tienes a dos israelíes en una habitación, tienes cinco opiniones distintas. A pesar de las apariencias, creo que Israel es un lugar muy abierto, aunque es cierto que por ejemplo en la última guerra entre Israel y Gaza, de repente, por primera vez sentí que es muy difícil hablar de cosas y la gente de la izquierda se sintió atacada por la de la derecha. Sucede también en otros lugares, en los Estados Unidos, en Europa, que cuando hay una guerra no se puede hablar de las cosas malas. Claro, es muy complicado, porque incluso en esta última guerra en particular, por un lado, vivo en Tel-Aviv, y para mí fue una locura que en 2014 estuviese sentado en mi casa con misiles volando por encima. Piensas… no tiene sentido. Por otro lado, miras la televisión y ves la situación en Gaza y es una catástrofe y piensas, no puede ser, no podemos hacer esto, estar creando esta destrucción y muerte. Es realmente complicado pensar de una manera normal. Pero, como he dicho, al final el hecho es que hago mis películas y mis películas están apoyadas no por el Gobierno, pero sí por el dinero público israelí.

MIS HIJOS - Foto 7 (Alta)

La impresión que das desde luego es que siempre defiendes a los palestinos… en Los limoneros, y en general.

“Intento no tener miedo, porque cuando tienes miedo, te paralizas, y cuando te paralizas no puedes ser creativo”

No sé, no estoy seguro, es complicado. No es tanto sobre palestinos e israelíes, sino sobre el poder contra la gente que no tiene poder. Los limoneros es una historia muy sencilla, es una mujer que tiene árboles, tiene un vecino muy poderoso que quiere cortarlos y ella dice: “No, son mis árboles, mi vida”. Es una historia muy básica, piensas en cualquier western americano, en John Wayne, en cierto modo es un western. Es un drama muy básico. Es cierto que busco la justicia y en Los limoneros, vale, la mujer tiene razón, pero no es tan sencillo, no es un ángel, también tiene una historia complicada, y el personaje de la mujer del ministro es complejo también… No creo que yo tome partido, pero si tomo partido voy del lado de la justicia, del perdedor o desvalido. Se puede considerar a los palestinos como los perdedores, pero también a los israelíes, depende de la situación. Si un terrorista palestino explota en un autobús lleno de niños, entonces no es el desvalido. Nadie es el desvalido, es una situación trágica. Digámoslo así, intento no tomar partido, e incluso si te fijas en Mis hijos no tomo partido. Mi héroe es árabe por supuesto, pero todo alrededor de él es muy complicado, las relaciones, los personajes. No todo está bien, no es un ángel… Pero… igual tengo sangre árabe (risas). Quizás mi bisabuela tuvo una aventura con un árabe.

¿Has vivido alguna situación realmente peligrosa viviendo en Tel-Aviv?

¿Peligrosa? Bueno, estás en una guerra constante. En 1973, cuando tenía 19, fue la guerra de Yom Kippur, la famosa guerra entre Israel, Siria y Egipto. No estaba realmente en el frente, pero estaba cerca. Tengo que decir que realmente la vida en Israel siempre es un poco peligrosa porque puede pasar cualquier cosa en cualquier momento, pero también puede suceder en Nueva York, en Madrid. Hoy en día el mundo es muy… cualquier cosa puede pasar en cualquier momento. Por supuesto que en Israel está un poco más reconcentrado, pero no tengo miedo. Cuando lo tengo es por cosas muy personales, pero en general no le temo a nada, porque lo único que se puede temer es la violencia irracional, que no puedes controlar, como una bomba que explota, no puedes hacer nada. Por lo demás, siempre hay maneras de superar el temor, hablando, pensando, dialogando… Así es como veo las cosas, intentando no tener miedo. Porque cuando tienes miedo, te paralizas, y cuando te paralizas no puedes ser creativo. Pero bueno, tengo mis propios demonios.

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