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Entrevista a Zaza Urushadze, director de ‘Mandarinas’

«Con ‘Mandarinas’ no pretendo cambiar el pensamiento mundial, pero sí puede influir en ciertos sectores a tomar decisiones, independientemente de sus valores culturales o religiosos”

 

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a Historia de la Humanidad siempre ha estado marcada por la mancha de la guerra. El desastre bélico, que vivió sus más sangrientas batallas en el siglo XX, ha tenido consecuencias por partida doble: por un lado ha provocado un rechazo generalizado a la guerra, principalmente por la catástrofe global que podría producir un tercer enfrentamiento internacional, y por otro ha suscitado que las generaciones posteriores a los conflictos más terribles reflexionaran sobre sus orígenes para evitar volver a caer en los mismos errores. A día de hoy, a pesar de los enfrentamientos en Oriente Medio tras la Guerra de Irak, el auge de los talibanes en Afganistán o la reciente expansión del Estado Islámico en Siria e Irak en 2014, así como los conflictos entre ucranianos y rebeldes prorrusos en territorio europeo y otros radicalismos – eminentemente fanatismos religiosos – en África, el mundo vive una de sus mayores etapas de estabilidad desde la Guerra Fría.

Mandarinas traslada al espectador al conflicto entre Abjasia y Georgia; un conflicto que se intensifica tras la caída de la Unión Soviética en 1991 pero que está vigente desde 1989. La denominada Guerra de Abjasia (1991-1992), también conocida como conflicto georgiano-abjasio o “la guerra de los cítricos”, como se menciona en la propia película, surge del anhelo de los abjasios de independizarse de Georgia. Como Georgia no les concedió la independencia, los abjasios iniciaron una dura represión contra el pueblo georgiano, que a su vez arremetió contra los atacantes. El resultado: más de 6.000 muertes hasta el alto el fuego firmado en 1994 y un conflicto que todavía no se ha resuelto. Hoy Rusia, Nicaragua y Venezuela reconocen Abjasia como un territorio independiente, pero organismos internacionales como la OTAN o la Unión Europea la consideran una república autónoma perteneciente a Georgia.

El director Zaza Urushadze retrata las consecuencias de la guerra tanto en civiles inocentes como en los integrantes de los bandos enfrentados, algo parecido a lo que hizo Clint Eastwood con Banderas de nuestros padres y Cartas desde Iwo Jima. Por un lado está Ivo, un anciano civil estonio que consigue subsistir con la venta de mandarinas. Por otro, un soldado georgiano y un militar checheno, dos enemigos heridos que buscarán refugio en casa de Ivo. Lo que en inicio comienza siendo una relación de odio mutuo acabará convirtiéndose en confraternidad. Urushadze retrata así el sinsentido de la guerra: personas enfrentadas matándose entre ellas, odiando a un enemigo que es tan humano como ellos mismos. El perdón, la igualdad, el amor al prójimo y la amistad son valores que ninguna guerra puede destruir. Junto a otros compañeros de oficio, charlamos con el señor Urushadze…


 

En una década tan convulsa como la que estamos viviendo, con los conflictos entre ucranianos y rebeldes prorrusos en Europa o el auge del Estado Islámico en Siria e Irak… ¿ese concepto de “tolerancia y perdón” del que se habla en Mandarinas puede universalizarse? ¿Es esa humanidad que se muestra una característica innata en el ser humano y que cualquier pueblo, independientemente de sus razones y creencias religiosas, puede aplicar, o tiene ciertas restricciones culturales e ideológicas?

Zaza Urushadze: Tal como he visto en la proyección de la película en diferentes partes del mundo la idea que planteo no es estrictamente local, sino bastante universal. Muchas personas se han hecho esa misma pregunta después de verla. Con Mandarinas no pretendo cambiar el pensamiento mundial, pero sí creo que puede influir a ciertos sectores concretos a tomar decisiones, independientemente de sus valores culturales o religiosos. Es verdad que en algunos casos habrá ciertas restricciones, y es imposible pretender que una película cambie el orden del pensamiento mundial, pero lo de lo que sí estoy seguro es de que puede hacer reflexionar a todos aquellos que la vean.

¿Considera legítimo el conflicto georgiano-abjasio? ¿Le molesta que países como Venezuela o Rusia consideren Abjasia un Estado independiente de Georgia?

«‘Mandarinas’ está exenta de mensajes políticos, no quería transmitir un punto de vista concreto. El mensaje es que la vida es corta y que por encima de cualquier religión o de la política está el ser humano»

ZU: Georgia es un país muy pequeño que siempre ha luchado por su identidad. A lo largo de la historia hemos tenido conflictos con los países vecinos. Nosotros luchábamos por ser georgianos, por tener una identidad que nos caracterizara. Con esto me refiero tanto a los años 90, en plena guerra abjasio-georgiana, como ahora en el siglo XXI, después de haber perdido tantos territorios. Sin embargo la película está exenta de mensajes políticos: no quería transmitir un punto de vista concreto, al menos no uno político. El mensaje es que la vida es corta y que por encima de cualquier religión o de la propia política está el ser humano. Tenemos que aprender a convivir y dejar de lado nuestras diferencias.

Mandarinas

Mandarinas, al tratarse de una película tan humana, cuenta con una carga dramática actoral muy fuerte. Es lo que se suele denominar “una película de actores”. ¿Cómo fue el proceso de selección y tratamiento de los personajes?

ZU: Es muy difícil no tener presente el teatro en las interpretaciones de los actores. Al interpretar se suelen exagerar mucho las expresiones, las emociones. Esto es algo típico en actores que vienen del teatro o de aquellos que no están tan relacionados con el cine. Yo quería realizar una película realista, así que las interpretaciones tenían que ir acorde con mis ideas. En cine los actores deben saber perfectamente cuál es su movimiento, tener clara cada mirada, cada entonación y, a diferencia del teatro, cuentan con mucha menos improvisación, a no ser que el director les de libertad para hacerlo. Es muy importante que los actores tengan en cuenta todas estas pautas y que haya buena comunicación con el director. Si el director no es capaz de comunicarse con el actor, es muy difícil que la interpretación resultante sea satisfactoria. Él es quien tiene toda la película en la cabeza; el actor no. Por eso el director debe saber transmitir sus ideas y comunicarse con ellos, al igual que con todo el equipo, para poder hacer que sus ideas se conviertan en realidad. En mi caso estoy muy contento con el resultado. Para conseguirlo he pedido concreciones al reparto, hemos ensayado mucho, pero nada de improvisación. Eso chocaba con el realismo que quería transmitir.

El resultado es un retrato muy íntimo de la guerra. ¿Por qué esta perspectiva tan personal?

«Ese entorno tan pequeño y reducido de los personajes expresa mucho mejor el conflicto que una batalla sangrienta. Es un conflicto interior, una tragedia personal «

ZU: Una historia se vuelve mucho más interesante de esta manera. Hay una serie de personas que se encuentran en un sitio y en un momento determinados. Ellos no eligen que sea así, pero el azar los ha reunido en un punto concreto y eso es algo inevitable. La película no está centrada en las escenas de guerra porque ese entorno tan pequeño y reducido de los personajes, como puede ser una casa destartalada o un campo de mandarinas, expresa mucho mejor el conflicto que una batalla sangrienta. Es un conflicto interior, una tragedia personal. La humanidad crea sus propias tragedias. Sin embargo cada uno se toma su tragedia desde una perspectiva diferente y reacciona de un modo u otro. El instinto de supervivencia varía mucho dependiendo de la situación: mientras unos son agresivos otros simplemente se limitan a sobrevivir moralmente.

La producción cinematográfica en Estonia y Georgia es muy reducida. Al menos a escala internacional, porque aquí no nos llegan sus películas. ¿Cómo ve el futuro de la industria? Ahora que está seleccionada a los Premios Óscar… ¿cree que cambiará algo?

ZU: Georgia no tiene una industria cinematográfica demasiado fuerte, es cierto. Entre los 90 y el comienzo del siglo XXI, con la caída de la Unión Soviética, hubo grandes problemas financieros, así que la industria cultural tampoco podía ser muy fuerte, algo normal en tiempos de crisis. Ahora que todo está cambiando ha llegado una oleada de nuevas películas, sangre fresca de cineastas que quieren cambiar las cosas, y esto se empieza a ver en los festivales de cine. Es muy importante estar presentes en los mejores festivales del mundo, como pueden ser los Globos de Oro o los Oscar. Eso nos da mucha repercusión. Además, como Mandarinas es una co-producción estonio-georgiana, hay un beneficio doble: ambos países ganan prestigio.

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