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Anoche soñé en blanco y negro

 

“En la madrugada del domingo 2 de junio, he tenido una pesadilla francamente desagradable. Ha sido algo extraño. He soñado que durante mi paseo matinal me perdía en un barrio de la ciudad totalmente desconocido para mí y erraba por calles desiertas con casas en ruinas” (Fresas Salvajes)

Tengo por costumbre mirar al cielo en busca de los primeros rayos de sol cada mañana, pero esta vez, cuando levanté la vista, me cegó una luz dura, como de mediodía. Busqué la hora en varios relojes, en el de una fachada que tenía a la espalda, en el de mi muñeca… también ellos parecían haber perdido la noción del tiempo. Pasó un caballero y fui tras él, tendí mi mano sobre su hombro, por la espalda, pero no le pude preguntar. Al girarse descubrí un rostro sin ojos, completamente desfigurado. Se desintegró ante mí sin abrir la boca. Yo sin embargo fui incapaz de cerrarla. Observaba atónita su rastro desplomado en una calle mal empedrada cuando se asomó por la esquina un coche fúnebre un tanto despistado, guiado por caballos desarraigados. Chocaron contra una farola y el féretro que portaban camino del averno cayó ante mis pies. Sobresalía de él una mano. Me acerqué. Me asomé. Me agarró repentinamente. No era su momento. No era su lugar. No había llegado su hora. Todavía no. ¡Me niego!

Fresas Salvajes de Ingmar Bergman. Las pesadillas del profesor Isak Borg

Fresas Salvajes

Abrí los ojos lentamente. “Soy joven”, pensé. ¡Claro que no ha llegado mi hora! Me quedé mirando fijamente el techo… llevo días viendo unas grietas que parece se burlan de mí. Os puedo jurar que se abrieron, os juro que vi cómo el yeso se resquebrajaba. Me levanté aterrada, fui al salón, observé el paisaje desolador de mi morada, me pinté los labios y volví a la cama. A esperar… Él llegó puntual, como siempre. Salió del agujero en el que le escondo cada noche bajo mi cama y me atrapó en su violenta y repugnante lujuria. No queda un solo rincón en mi casa libre de esas sucias manos. Salen de la pared, me persiguen, me tocan, me envuelven. Me hacen daño. Aquello no era un sueño. Demasiado real. Es mi pesadilla diaria.

Repulsión de Roman Polansky. El trauma de Carol Ledoux

Repulsión

Cuando dejé de sentir manos, comencé a sentir miradas. Comencé a sentirme observada. Cerré las grietas de mi hogar, abrí todas las puertas y escapé a un lugar un tanto daliniano.

“No puedo distinguir qué tipo de lugar era. Parecía una casa de juegos, pero no había paredes, solo muchas cortinas, con ojos pintados en ellas. Un hombre se paseaba con unas tijeras enormes cortando las cortinas a la mitad. Después vino una chica sin ropa y empezó a pasearse por la sala de juegos besando a todos. Vino a mi mesa primero.” (Recuerda)

Qué extraño… no recuerdo sentir sus labios. Yo estaba entregada a una partida de cartas con un individuo peculiar, bastante familiar. Creo que me iba a desvelar el sentido de la vida cuando un hombre con el rostro tapado irrumpió en la sala e interrumpió la jugada. Lo que sucedió después es difícil de explicar. Aquel hombre vagaba en los tejados. Aquel hombre fue testigo y quizá culpable de un accidente seguramente provocado y bien premeditado, y yo fui testigo del que podría haber sido su falso testimonio. Huí de allí. Eché a correr hacia la nada, me perdí en un paisaje surrealista, perdí el aliento y cualquier tipo de fundamento. Elegí, pues, cerrar los ojos para no ver nada. Para descansar…

Recuerda de Alfred Hitchcock. La amnesia del doctor Edwards

Recuerda

Desperté de aquel sueño en pleno atasco, atrapada en mi coche. Había conseguido mantener la calma hasta que noté que el humo del motor invadía el vehículo por dentro. Intenté salir pero no se abrían las puertas. La gente me observaba, pero nadie hacía nada. Yo cada vez más tensa, conseguí salir por una ventana. Me subí al capó y alcé el vuelo. Fui planeando hasta la playa… No sé cómo ni por qué alguien -a quien por cierto me pareció reconocer desde las alturas- decidió atarme. Me quedé flotando como un globo de helio mientras él sujetaba la cuerda. Me vigilaba. No podía ascender. Tampoco podía moverme demasiado. Llegó otro hombre a caballo. Ambos me gritaban desde el suelo.

“ ¡Eh! ¡Tú! ¡Baja! Baja definitivamente…”

¿Bajar? ¿Para qué? Prefiero subir más. Intenté deshacer el nudo de la cuerda que me habían atado en el pie izquierdo. No lo conseguí. No conseguí subir más. Tampoco bajé, me precipité.

Ocho y medio de Federico Fellini. La inspiración de Guido Anselmi

Ocho y Medio

Me encontré inconsciente debajo de un puente. El golpe debió ser fuerte porque me reanimaron unos seres delicados, ninfas terrenales. Me despertaron con su aroma a flor. Me sedujeron con su belleza infantil, me invitaron a bailar en el campo y yo, simplemente de dejé llevar. Pensé por un momento que no había sobrevivido a la caída, que tendría el lujo de jugar a las puertas del Olimpo eternamente. Ellas me sonreían y yo estaba dispuesta a quedarme. Ahora sí, había aceptado la muerte. Puede que aquel sí que fuese mi momento. Había llegado mi hora. Y cuando había decidido entregarme a su dulzura volví a caer…

Sunnyside de Charles Chaplin. Los anhelos de Charlot

Al Sol (Charlot en el campo)

Desperté de nuevo sobre la cama. Lo primero que vieron mis ojos no fue un ser divino, sino mezquino. Prefería quedarme entre ninfas, así que de nuevo, bajé los párpados. Nada. Ni sueños ni pesadillas. Nada detrás del telón. Lo que entonces me atormentaba era lo que había delante. Escuché un sonido agudo y repetitivo. Levanté los párpados y ante mí apareció un enorme roedor. ¡Se acabó! Me levanté de la cama temblando, cogí una jarra de agua para llenar la palangana, me miré al espejo y…

“¡Tobby! ¡Llama al doctor!”

La única simpleza que se le ocurrió al médico decirme tras una visita fugaz fue que dejara el alcohol.

El déspota de David Lean. Las alucinaciones de Henry Horatio Hobson

El déspota

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