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Si te abrieras de piernas y el Bourbon fluyera por tus pechos y tu coño… podría enamorarme de ti

– ¿Eres deseable? ¿Eres irresistible? Si bebieras conmigo Bourbon, si pudiera sentir el picante de tu boca al besarme y sentir tu cuerpo desnudo oliendo a Bourbon mientras follamos… ¡Me vendría bien! Y así aumentaría mi estima por ti. Si derramaras Bourbon sobre tu cuerpo diciéndome: «Bébete esto»; si te abrieras de piernas y el Bourbon fluyera por tus pechos y tu coño y dijeras: «Bébetelo»; entonces podría enamorarme de ti, porque entonces tendría un buen motivo para limpiarte. Y eso… ¡Eso te mostraría que sirvo para algo! Te lamería entera para que pudieras irte a follar con otro.

Si Billy Wilder deja un resquicio de esperanza en el final de Días sin huella, Mike Figgis se va al polo opuesto en Leaving Las Vegas, adaptación de la novela homónima de John O’Brien. Con una visión profundamente pesimista, Figgis crea un durísimo retrato de las consecuencias del alcoholismo, que desembocan en un final trágico para sus personajes. Es una película sucia, oscura, pesadillesca, donde los fantasmas del pasado destruyen lentamente al protagonista, un Nicolas Cage en estado de gracia, cuya interpretación le valió aquel año su único Oscar. Es una obra desconcertante, tan caótica como Miedo y asco en Las Vegas y tan sombría como la versión de Abel Ferrara de Teniente Corrupto (cuyo remake, a cargo de Werner Herzog, protagonizaría el propio Cage). También se puede decir de otra manera: Leaving Las Vegas es al alcohol lo que Trainspotting es a la heroína. Y no se me ocurre mayor elogio.

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