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Entrevista a Borja Cobeaga, director de ‘Negociador’

“El salto continuo entre lo cómico y lo dramático es muy del País Vasco”

 

N

os cuenta Borja Cobeaga que comenzó a escribir comedia por casualidad. Por “casualidad” siguió escribiendo… y por “casualidad” fue nominado a los premios Óscar en 2007 con su segundo cortometraje Éramos Pocos. La “casualidad” resultó ser talento. Sin talento no habría podido abordar de semejante manera un tema tan escabroso como el de las negociaciones fallidas entre el Gobierno y ETA entre 2005 y 2006 y salir ileso de la crítica.

Negociador, su tercer largometraje, promete ser una de las películas españolas del año –todo se verá cuando comience la nueva temporada de premios-, y nosotros hemos tenido la suerte de poder charlar con su artífice -poco sobre ETA, más de sidra vasca-.


 

Farrucini: Lo que más me inquieta de Negociador es… lo que pone en la ficha sobre el género: “comedia-terrorismo-ETA”

Borja Cobeaga: Claro… Oyes en la misma frase comedia y ETA y llama la atención, pero yo creo que cuando ves la película entiendes que en realidad en lo que se fija es en el costumbrismo. No es una película especialmente política, ni es una película que parodie ni que haga risas con el terrorismo sino más bien con que un acto tan solemne como parece que es una negociación al final esté dominado por chapucerías, por cutreces, por casualidades… Claro, es una película que de primeras puede llamar la atención en ese sentido pero una vez vista, la polémica se puede disipar bastante. Yo en ese sentido estaba tranquilo por la experiencia en Vaya Semanita de la ETB en la que habíamos tratado… pues igual no tanto el tema político, sino la vida cotidiana, de cómo te afecta en el día a día y cómo influye algo como la política en la manera en la que por ejemplo dices “buenos días”. En realidad Negociador es una extensión de eso, con lo cual me sentía muy cómodo en ese sentido.

F: ¿Crees que la sociedad española está preparada para desdramatizar este drama en concreto?

BC: Pues yo creo que sí. Yo creo que sí en el sentido de que, joé, es que ha cambiado mucho la situación en estos años, ¿no? Quizá esta película hace ocho años o incluso hace seis años habría resultado imposible, pero creo que la política está tan presente en la sociedad española… y el foco lo ha perdido bastante el País Vasco, porque antes todos los titulares de periódicos hacían referencia al País Vasco y de repente pues entre el nacionalismo catalán, Podemos y tal, pues como que los vascos están más tranquilos. Hay más tranquilidad acerca de lo que pasa en el País Vasco y puedes hacer este tipo de historias, te permite abrir la perspectiva desde una cosa más mesurada. Como te digo, si nos hubieran dicho hace años que estaríamos así… con el alto el fuego de ETA, con la lección de convivencia que está dando el País Vasco -aunque falta mucho por hacer-, estaríamos dando palmas.

F: Pero… fíjate, yo he estado hace poco en Donosti, fuimos de sidrerías cerca, a Astigarraga, y en el autobús de vuelta a Donosti ocurrió algo curioso: nos juntamos varios grupos, cada uno de su padre y de su madre, y con el pedo nos pusimos a investigar sobre los orígenes de cada uno gritando: “¡quién es de Madrid!” –los correspondientes levantaban la mano-, “¡Quién de Ávila!” –más manos levantadas-, “¡Quién de…!” Recorrimos mentalmente la geografía española hasta que uno dijo: “Sí, sí, pero… ¿quién es español?”. Silencio absoluto durante unos segundos eternos.

BC: ¡Ay! ¿De verdad?

F: Rompí el hielo diciendo que yo no levantaba la mano por si acaso y el autobús entero volvió a descojonarse. Pensé… estamos de risas sí, pero ha pasado algo raro aquí.

BC: Sí… pero es que justamente eso es lo que quiero retratar en la película, ¿no? Momentos muy de: “¡Ay, qué bien todo!” y de repente: “¡No!”, o momentos muy graves en los que te entra la risa. En realidad la película retrata esa especie de salto continuo entre lo cómico y lo dramático o lo fuerte, creo que eso es muy de allí, es decir, que de repente algo completamente cotidiano e inocente pueda tener implicaciones políticas que te hielen la sangre. Joé, me parece una vivencia muy típica y muy de allí, pero bueno, por ejemplo, si vas a Donosti ahora es Disneylandia comparado con antes. Evidentemente antes no era Belfast, de igual manera que mucha gente pensaba que era como que vamos con metralletas por la calle y tal, pues tampoco era eso…

F: Eso es Madrid ahora…

BC: ¡Ahora sí! (risas). A mí me sorprendió cuando de repente en los últimos años en Madrid vi pues eso: quema de contenedores, cargas policiales… Decía, joé, ahora que está la cosa más tranquila allí se está trasladando aquí. Eso es bastante llamativo.

F: Como bien has dicho en Vaya Semanita poníais el foco en el asunto político de una forma parecida a la que lo haces en Negociador, en la cotidianidad, pero creo que era mucho más light…

BC: Sí, sí.

F: Este es el primer largometraje en el que, sin dejar de lado el humor, retratas un tema delicado… Siendo así, cuando pasaste el guión al equipo, ¿cuáles fueron las primeras reacciones?

BC: Se lo pasé primero a los actores. Yo creo que sí que había cierto aire de seriedad para tratar este tema, pero entendían muy bien el tono de la historia. Creo que el tono es fundamental porque en realidad no estás haciendo mofa de nada, sino que estás subrayando pequeños detalles que sí que sucedieron, otros quizá los inventas para intentar sacar más chispa a la situación, de igual manera que puedes llegar a inventarte cosas para sea más de verdad, a veces la ficción funciona muy bien para averiguar realmente lo que pasó… Pero creo que todo el mundo lo entendió muy bien. A parte, una de las cosas fundamentales de la película era que se tenía que hacer de determinada manera, es una película pequeña, con una producción muy controlada, porque yo no quería pasarme tres años buscando unos productores para que produjeran esto para hacerlo más grande, y claro, todo el equipo, o la mayoría del equipo, eran actores con los que había trabajado ya, amigos míos, y sabían que yo desde hace tiempo quería hacer una película de este estilo, con lo cual se entendió bastante bien. La verdad es que me encontré todo el rato con comprensión.

F: ¿Desde hace cuánto tiempo te rondaba esta idea por la cabeza entonces?

“Lo que me apetecía era fabular y no cortarme, si hubiese conocido a los negociadores reales habría tenido síndrome de Estocolmo”

BC: Pues no tanto de hacer esta película en concreto, pero sí que tenía ganas de hacer una película de este estilo, que no fuera una comedia tan enloquecida sino que fuera una comedia más melancólica. Esto me puse a escribirlo en… yo creo que en 2011. Había empezado a escribir Ocho apellidos vascos e iba en paralelo.

F: ¡Ostras!

BC: Sí (risas). Como trataban el tema vasco las dos… y como tenían un punto de vista tan diferente, pues la verdad es que me venía bien.

F: Lo que nos muestras ha salido de tu imaginación –aunque bien pudo ocurrir así-, pero te basas en una negociación real que mantuvieron personas reales: de parte del Gobierno Jesús Eguiguren y de parte de ETA primero Josu Ternera y luego Thierry. Thierry falleció hace un par de años en la cárcel pero, ¿has conseguido contactar, antes o después, con alguna de las partes?

BC: Sí, Thierry falleció, Ternera no se sabe muy bien dónde está y Eguiguren… está un poco defenestrado por su partido la verdad… Pues mira, una cosa que quería hacer, que me divertía mucho y me parecía muy interesante era documentarme, porque veía amigos que hacían historias que estaban inspiradas en hechos reales y me parecía muy divertido eso que veía, decía: “te estás leyendo libros para escribir el guión, estás tomando notas…”, pero como yo tantas veces me había sentado con Diego San José a mirar el techo a ver si se nos ocurría algo, pues esa me parecía una manera más entretenida de hacerlo (risas). Pero por otro lado la verdad es que, por el tipo de historia que quería hacer, como muy desmitificadora de la política, creía que si conocía a los verdaderos protagonistas me iba a condicionar mucho y que iba a haber cosas que no me iba a atrever hacer en el guión; sobre todo que esta era una historia de ficción -o mi interpretación sobre eso-, si hubiera querido hacer una crónica luego no habría podido evitar tratar determinados temas o conocer a esa gente, per lo que me apetecía mucho era fabular y no cortarme, tener una libertad absoluta. Creo que conociéndoles habría tenido un poco síndrome de Estocolmo.

F: Y a posteriori, ¿no has tenido la oportunidad de conocer a Jesús Eguiguren?

BC: No…

F: Esperemos que no se haya ofendido…

BC: Ya, ya, ya… Pero bueno. Ya está hecho.

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F: Por cierto, dice Wikipedia, fuente de todo el saber, que empezaste a rodar a los nueve años…

BC: Sí (risas).

F: Pero… ¿cómo eran esas películas?

“Cuando me junto con mis amigos de la infancia alguna vez hemos vuelto a ver los cortos que hacíamos con nueve años. Sobre todo borrachos”

BC: ¡Pues eran películas de acción con niños! Es verdad que mi familia se compró una cámara de video cuando tenía, yo creo que nueve años… -sí, nueve o diez años, era el 87 o así-, y claro, mi madre es fanática del cine, yo he visto películas desde muy, muy pequeño, recuerdo haber visto películas que a lo mejor eran para gente más adulta de muy pequeño, entonces lo del cine me volvía loco… Cuando se compraron la cámara de video lo primero que hice fue juntar a mis amigos los sábados por la tarde para hacer películas. Eran muchas veces versiones de películas que nos gustaban, pues nos poníamos Beetlejuice y hacíamos una versión de Beetlejuice o veíamos… yo que sé… había una película que se llamaba El pelotón chiflado, que era como una comedia del ejército, pues hacíamos nuestra versión. Era todo como muy improvisado, rodábamos sin guión, pero claro, era impresionante ver a niños de diez años con metralletas de juguete y gritándose y lanzando petardos… Poco a poco lo íbamos haciendo como más en serio, las que hacía con nueve años consistían simplemente en ponerse dos amigos míos a pegarse tiros con pistolas de plástico, luego era más sofisticado.

F: Acabas de traerme un recuerdo infantil: nosotros jugábamos en el recreo a interpretar las series que habíamos visto el día anterior -esencialmente los Power Rangers-.

BC: ¡Ah, pues mira, es lo mismo! Era eso. Es básicamente lo mismo (risas).

F: ¿Has revisitado esos videos alguna vez?

BC: Cuando me junto con mis amigos de la infancia, sobre todo con dos de ellos, alguna vez los hemos visto. Sobre todo borrachos. Sí.

F: ¿Ganas de hacer un remake de alguna de esas películas?

BC: No, no… Yo creo que tal y como están es como se deben quedar.

F: ¿Y ya con esa edad te decían que lo que hacías era gracioso?

BC: No, no te creas… A parte que lo del humor es meramente casual, no es algo en lo que haya despuntado en absoluto. En realidad yo empecé a hacer comedia porque… muy por casualidad. Yo antes de empezar la universidad los cortos que iba haciendo más en serio eran como thrillers, películas de otro estilo, pero la verdad es que se dio la casualidad de que una vez me propuse escribir una historia que sin querer ser una comedia resultaba graciosa, básicamente porque imitaba la manera de hablar de una tía mía y cosas así, es decir, que venía mucho de vampirizar y de oído, ¿no? Así es como de repente me hice adicto… Era un corto que se llama La primera vez, con Mariví Bilbao, era el primer corto que hice de cine, ella hacía de una virgen que contrataba a un prostituto porque no quería morirse sin saber lo que era el sexo… Entonces, cuando lo proyectaba en público y veía que la gente se reía, decía: “¡joé, esta sensación es maravillosa!”. Hacer reír a la gente a la que no conoces me parece algo maravilloso… Y ahí empezó, por la satisfacción que me dio esa experiencia.

F: Para terminar… yo después de haber vivido la experiencia ‘sidrerías’, te tengo que pedir que, como donostiarra, expliques a nuestro público qué significa ir de sidrerías para un vasco.

BC: Pues básicamente es un ritual que todos los años se produce -claro es una cuestión de temporada, la temporada de sidrerías-, que consiste en hacer lo que más les gusta a los vascos: comer y beber. Sí, sí. Eso ya conlleva cierta celebración, exaltación de la amistad y todo eso. Y luego… irse de sidrerías sin un chuletón es ridículo… Yo me acuerdo cuando fue la época de las vacas locas fue un drama, porque no podían ponerlo, era otra cosa…

F: ¿En serio?

BC: Sí, sí… Ponían otra carne, no recuerdo exactamente qué era pero no se podía tomar chuletón, ¡así que fíjate! ¡Qué drama!

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