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¡Habéis destrozado para siempre a mi hija!¡Esto es peor que la muerte!

 

– ¿Sabéis lo que han hecho los turcos que están a vuestras órdenes? ¿Sabéis lo que han tenido el valor de hacer en un lugar consagrado? ¿Bajo los ojos de la Virgen? ¡¿Lo sabéis?!
-Paz, paz..
– Sí, paz… muy bonita la paz… ¡Habéis destrozado para siempre a mi hija!¡Esto es peor que la muerte! (Como respuesta recibe un gesto de burla). ¡No, yo no estoy loca!¡No estoy loca!¡Mirad! (Cesira levanta la falda a su hija) ¡Mirad y decid ahora que estoy loca!¡Cerdos, cornudos, hijos de puta!

Dos mujeres (1960), de Vittorio de Sica

Cesira se planta ante un coche que se aproxima por el camino… le hace frenar. Tira las maletas que porta con furia. En su interior, soldados franceses. Ellos han venido a ‘salvar’ a Italia del fascismo. Junto a ellos luchan regimientos marroquíes, regimientos que además de ayudar a combatir el fascismo se dedicaban a violar en masa a mujeres italianas. Vittorio de Sica refleja ese sinsentido en los ojos de esta mujer y los de su hija de trece años. Estas que acabáis de leer son las palabras que pronuncia Cesira después de vivir la escalofriante escena que os mostramos a continuación…

«La guerra es una experiencia insustituible sin la cual un hombre no puede llamarse hombre», le dice un pseudohombre al único hombre de verdad que Vittorio de Sica incluye en Dos mujeres. A lo que éste responde: «entonces prefiero castrarme».

Muchos destacan la denuncia histórica que hace el director italiano en su película, el retrato de un episodio brutal que pasó desapercibido por haberlo cometido el bando ‘ganador’. Sin embargo, lo que a nosotros nos parece más admirable es la crítica directa y sin tapujos que hace de Sica al género masculino, que en tiempos convulsos -personales y generales-, es poseído por su lado más animal. Este es posiblemente el film más sobrecogedor el cineasta neorrealista, por su crudeza y por su verdad, ante todo por su valentía. Por la valentía de Cesira. Vittorio de Sica ridiculiza al hombre precisamente en esos instantes absurdos en los que el hombre pretende -y cree que consigue- ridiculizar a la mujer.

Dos mujeres (La ciociara), se estrena en un momento en el que en Hollywood impera -como sigue imperando, cada vez con más disimulo al menos-, el menosprecio hacia el poder femenino, un momento en el que las actrices solo tienen tres papeles a los que aspirar: el de sumisa enamorada, el de mujer despechada o el de femme fatale -este último el más privilegiado-. Aunque del otro lado del charco llegan propuestas que gustan, son seleccionadas por la Academia y son premiadas (La dolce vita de Fellini una, la que hoy recomendamos otra: Sophia Loren se llevó el Oscar a la mejor actriz por esa interpretación sobrecogedora). Incluso se atreven a nominar una película que habla sobre la homosexualidad femenina (La calumnia). No todo pueden ser reproches… Lo que sí hemos de reprochar, reprocharnos, es que una película de los 60, que retrata un hecho ocurrido en los 40, siga de plena actualidad. Lo que sí hemos de reprochar, reprocharnos, es que cueste encontrar personajes como el de Cesira: razón ante lo irracional, humanidad ante la barbarie, coraje ante la injusticia, dignidad ante el desprecio. Mujer real. Mujer real ante un mundo de hombres ineptos, grotescos y descarados.

Podríamos pensar que Vittorio de Sica nos invita a compadecernos de esta mujer y de su hija, pero de quien en realidad hemos de compadecernos es de ellos, de esos hombres que se cruzan con ellas, de los que las acompañan y de los que las abandonan, de los que las maltratan, de los que las violan. Son ellos los que nos deberían dar pena. Pues son ellos los que pierden… pierden todos los valores que componen al ser humano. Son ellos, son esos hombres los que no pueden llamarse hombres.

– Usted y la niña pueden echarnos una mano. – Sobre todo en la cocina.
– ¿Pero qué dice? Yo no soy una criada.
– ¡Qué criada! Ayudar a la milicia es un honor… (Dirigiéndose a la niña) ¿Y a ti qué te parece? ¿Qué te parece? ¿O prefieres andar en medio de las cabras?
– ¿Por qué no se lo dices a tu hermana?
– Calma ese tono…
– ¿De qué tono me hablas? ¿Qué tono? Te digo una cosa muerto de hambre: ¡tócala y te mato! (Coge una piedra)
– ¡Son gente de bien, son fascistas!
– Por cosas menores he fusilado… – Son mujeres, no te confundas… – Suelta esa piedra.

 

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