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essica Chastain elige muy cuidadosamente cada uno de sus papeles. Ella no acepta el rol de mujer florero –si todas las actrices fueran como Chastain, si exigiesen lo que exige ella, los macro- y micromachismos desaparecerían de los guiones que rondan por Hollywood-. Así que si la Chastain está detrás de un papel femenino de ese tipo, como aparentemente ocurre en El año más violento, estad seguros de que esconde algo más. El personaje que interpreta, Ann Morales, a pesar de ser secundario -es ‘la mujer de’-, es el que maneja los hilos de la turbia historia que nos presenta J.C. Chandor.
Quien haya seguido mínimamente la trayectoria de esta actriz, quien se haya leído al menos un par de entrevistas suyas, sabrá que es una mujer muy perspicaz, sabe convencer… Después de que el hombre elegido para interpretar al protagonista de El año más violento, Javier Bardem, rechazara el papel, convenció a Chandor para elegir a Oscar Isaac como sustituto. Chastain tenía clarísimo que su amigo era perfecto para meterse en la piel de Abel Morales –apellido que le viene al pelo-, un empresario hispano que se dedica al negocio del petróleo, ambicioso y honrado -suena contradictorio sí, lo de ambicioso y honrado quiero decir-.
El punto de partida de esta película es llamativo… La letra de la canción que suena al inicio nos pone sobre aviso. Abel Morales está pegándose una carrera mañanera -porque es un tipo sano-, mientras le roban uno de sus camiones cisterna, -cosa que le pasa muy a menudo-. Sin embargo, la que podríamos decir es la auténtica presentación del personaje es radicalmente distinta… Haciendo negocios con judíos. Así conocemos realmente a Abel Morales. Previamente le vemos con su mujer, Ann, a la que, maletín en mano, pregunta si está segura de lo que están haciendo. Ella asiente, pero espera fuera. En esa reunión le dan un mes para cerrar un trato. Bien sabemos que en un mes pueden pasar muchas cosas –incluso en un día-. Una cuenta atrás suele ser un recurso muy interesante para una intriga y Chandor lo exprime de lujo, digamos que es su especialidad.
En El año más violento el cineasta ha manejado la tensión con gran acierto, ha sabido sembrar la incertidumbre y ha recogido sorpresas, ha conseguido pillar al espectador desprevenido. Para desatar este tipo de sensaciones ha elegido imágenes brillantes, elegantes y muy simbólicas. Ha dibujado un buen retrato del cinismo que imperaba en el año más violento en Nueva York, el 81, en tonos verdes, marrones, grises y negros, un cinismo que si entonces olía mal ahora apesta. Chandor se ha atrevido –mirando al pasado para mantener cierta distancia-, a evidenciar la podredumbre de la que a estas alturas, tres décadas después, nadie se puede despegar.
Chastain hizo bien en convencerle para dar el papel a Isaac. Aunque más de uno pueda sufrir un cortocircuito al escucharle hablar en castellano –a pesar de saber que es latino de corazón y de origen-, el actor borda un papel difícil de interiorizar: el de un hombre que aún sabiendo cómo se mueve el mundo por las altas esferas intenta mantenerse fiel a sus principios, unos principios imposibles de sostener más que en una utopía. La duda sobre lo que es moral o amoral, legal o alegal planea durante toda la película. La certeza de lo que es inmoral e ilegal también. Pero poco o nada importa eso en el negocio del oro negro.
He de decir que la trama me mantuvo alerta desde el principio hasta… cinco minutos antes del final. Es evidente que hay que cerrar la historia y retratar a los personajes, pero el nivel es tan alto durante toda la película que el final me supo a poco, la frialdad se vuelve excesiva y esa tensión que impera durante toda la historia se desinfla en el momento más inoportuno, en el que debería de ser el momento más intenso. Quizá sea esa precisamente la sensación que busca dejar Chandor en el espectador, la misma sensación que define a su personaje moralista: frialdad absoluta, insensibilidad total.
